Cherreads

Chapter 7 - "ECOS DEL UN CORAZÓN GÉLIDO"

(Narrado por Azumi Kisaragi)

Huir.

Esa fue la única orden coherente que mi cerebro, mi traicionero y sobrecargado cerebro, logró procesar. Huir. Ahora.

No corrí. Correr es para los que pierden el control, y yo, Azumi Kisaragi, nunca pierdo el control. Así que caminé. Cada paso por el largo pasillo de madera pulida era una tortura, una marcha forzada lejos del epicentro de mi humillación. El estruendo de la risa de Lord Ibuki fue como una ola que me golpeó la espalda, amenazando con derribarme. La risa de Lady Sakura eran cascabeles de plata afilados, recordándome mi estupidez. Cada eco era un testimonio de mi fracaso. Inaceptable. Inaceptable. ¡Inaceptable! ¿Cómo pude permitirlo?

Finalmente llegué al santuario de mi habitación. Cerré la puerta, el suave "clic" del cerrojo sonando como el portón de una fortaleza sellada. Me apoyé contra la madera, mi corazón martilleando contra mis costillas, y me deslicé hasta el suelo. Mi habitación, mi dominio del orden perfecto, donde cada libro está alineado y no hay una mota de polvo fuera de lugar, de repente se sentía opresiva, una jaula que ya no podía contener la caótica tormenta que se desataba en mi interior.

¡Mocoso insolente! ¡Presumido! ¡Arrogante! ¡Manipulador!

La letanía de insultos era un escudo inútil. Repasé la escena en mi mente, una y otra vez. Su mano en mi mejilla... el calor de su pulgar... su rostro acercándose... su susurro...

Click. El recuerdo se congeló en ese susurro. "Gracias... por cuidarme...".

Un calor bochornoso, humillante, me subió por el cuello y se apoderó de mi cara. Sentía que mi piel ardía. Fue entonces cuando lo vi. Un finísimo hilo de vapor, casi invisible, comenzaba a salir de mis hombros, de mi nuca. No era humo. Era mi propio maná, mi propia energía, escapando de mi cuerpo como un aliento febril, una prueba visible de mi compostura destrozada. Mi control, mi bien más preciado, se estaba evaporando frente a mis ojos.

Me apoyé en el lavabo, mirando mi reflejo en el espejo. Mi rostro era un desastre. Rojo como una amapola, el cabello pegado a la frente, y aún salían pequeñas y humillantes volutas de vapor de mi piel. La analista que había en mí, la parte que mi padre, Lord Kisaragi, había forjado con tanto esmero, tomó el control sobre el pánico.

No sientas. Analiza.

¿Cuál fue el fallo táctico? Repasé mis protocolos de defensa: indiferencia, sarcasmo, desdén. Tenía una contra-estrategia para cada maniobra social conocida.

Pero lo que Edu Hoshino había hecho... no estaba en ningún manual. No fue un ataque. Fue una infiltración. No usó la fuerza, usó la empatía. No me retó, me vio. Recordé la lección de mi padre: "El afecto es un veneno envuelto en miel." Él me había enseñado a defenderme del veneno, pero no me dio ninguna defensa contra la miel.

Recordé sus palabras en el dojo, hacía un año. "Un corazón congelado... solo se quiebra".

El muy... bastardo inteligente. Lo había estado planeando. No el momento, sino la estrategia. Sabía que no podía romper mis muros de hielo con un martillo, así que había pasado un año soplando un aliento cálido sobre ellos, esperando pacientemente a que apareciera una grieta. Su sinceridad no era una debilidad. Era su nueva arma. Y era devastadoramente efectiva.

Una lenta sonrisa, fría y afilada, comenzó a dibujarse en mi reflejo. El pánico en mis ojos fue reemplazado por un brillo calculador. La humillación se transformó en un desafío.

De acuerdo, Edu Hoshino. Así que esa es tu nueva arma. ¿Crees que has ganado? ¿Crees que con unas pocas palabras amables y una sonrisa sincera has conquistado la fortaleza Kisaragi?

Eres audaz. Te lo concedo.

Pero lo único que has hecho ha sido declarar un nuevo tipo de guerra. Y si es un duelo lo que quieres, es un duelo lo que tendrás.

Me enderecé. Alisé mi ropa. Me recogí un mechón de pelo rebelde. La máscara de hielo comenzó a formarse de nuevo, pero esta vez era diferente. No era un muro para esconderme. Era un visor de combate.

Has hecho tu juramento de ser el Muro. Una promesa noble y estúpida. Pero ahora yo haré el mío.

A partir de hoy, acepto tu desafío. Cada cumplido tuyo será una finta que analizaré. Cada palabra amable, una estocada que pararé o devolveré con intereses. Voy a jugar tu juego, y voy a usar las mismas reglas. Voy a ver a través de ti, a analizar tus motivaciones, a entender cómo funciona tu ridícula y potente arma de sinceridad.

Voy a poner a prueba cada centímetro de esa estúpida y noble fortaleza tuya.

Veamos quién se rinde primero, joven maestro.

Más tarde, en la soledad de mi estudio, abrí un nuevo cuaderno. Uno de cuero negro. En la primera página, con mi caligrafía más precisa, escribí el título:

Análisis de Duelo: E.H.

Y debajo, la primera entrada:

Activo: Edu Hoshino. Arma principal: Empatía Estratégica. Táctica actual: Sinceridad Abrumadora. Observación: El sujeto responde positivamente al contraataque, la partida ha sido aceptada. Comienzo de la fase de análisis y neutralización.

Mi padre me enseñó a convertir a las personas en datos para poder explotarlas.

Edu Hoshino me acababa de enseñar que un alma puede ser el acertijo más fascinante que jamás había intentado resolver. Y yo pensaba ganarlo.

La mañana siguiente, el mundo se sentía diferente. O quizás, era yo la que lo miraba con otros ojos. Mi juramento secreto de la noche anterior era un fuego frío en mi interior, una resolución que agudizaba mis sentidos.

El desayuno fue mi primer campo de observación. Analicé a Edu Hoshino como nunca antes. Cada sonrisa, cada broma, cada gesto. Ya no eran simples actos de un joven despreocupado; eran maniobras, tácticas en un nuevo tipo de guerra que solo él y yo sabíamos que se estaba librando.

Fue Lady Sakura, con su infalible instinto para el drama, quien nos empujó al campo de batalla.

"Azumi-chan, Edu", dijo después del desayuno, con una sonrisa que sugería que sabía mucho más de lo que aparentaba. "Necesito que vayan al mercado de Akenomori. He encargado un juego de pinceles de caligrafía de bambú de seda, muy especial. Solo se lo entregarán a un miembro de la familia". Nos miró a ambos. "Necesito a alguien con la autoridad de un Hoshino para que no me den una imitación barata", dijo, mirando a Edu. "Y necesito a alguien con la inteligencia para detectar dicha imitación", añadió, sus ojos violetas posándose en mí. "Son el equipo perfecto. Ahora vayan".

Una misión para los dos. Sola con él. Perfecto. La primera prueba.

Caminamos juntos por las bulliciosas calles de Akenomori. El sonido del martillo de un herrero, el olor a pan recién hecho, el parloteo de los mercaderes... todo era un ruido de fondo para la silenciosa batalla que estaba a punto de comenzar. Durante varios minutos, no dijimos nada. Yo mantenía una distancia profesional, observando. Él mantenía un silencio juguetón, esperando.

Decidí tomar la iniciativa. Era hora de probar sus defensas.

"El movimiento que usaste aquel día de las historias para desarmarnos", comencé, mi voz deliberadamente neutra y analítica. "El 'Velo de Niebla Hirviente'. Es una aplicación inusual de dos elementos opuestos. ¿Fue una improvisación o una técnica estudiada?".

Vi un destello de sorpresa en sus ojos grises. Se recuperó rápidamente. "Un poco de ambas cosas. El plan más perfecto se rompe al primer contacto con la realidad, Azumi-san. A veces, la capacidad de fluir es el plan".

"El caos es la excusa de quienes carecen de un plan", repliqué, mi tono tan afilado como el hielo. "Un verdadero estratega domina el caos, no se deja llevar por él".

Se detuvo en medio de la calle y se giró para mirarme, su sonrisa ahora más ancha, más genuina. Estaba intrigado. Estaba enganchado.

"Vaya, Azumi-san. Esa es la cosa más hiriente y, a la vez, más inteligente que me han dicho esta semana". Dio un paso hacia mí, acortando la distancia. Su voz bajó a un tono más íntimo. "Pero tienes razón. Tal vez mi plan solo era encontrar una excusa para pasar más tiempo cerca de mi analista favorita. Quería ver si podía hacer que esa mente brillante se distrajera, aunque fuera por un segundo".

Ahí está, pensé. El ataque. Desvío de un debate táctico a un cumplido personal. Manual. Predecible. Protocolo de defensa 7-A: sarcasmo... ineficaz. Protocolo 4-B: indiferencia... ineficaz. No tengo un protocolo para esto.

Sentí el calor subiendo por mi cuello. Pero la resolución de anoche era mi nueva armadura. No iba a retroceder. No esta vez. Sostuve su mirada. Y sonreí.

"Una táctica interesante, joven maestro", respondí, mi voz serena y clara. "Usar el halago como una cortina de humo para ocultar una debilidad en tu argumento. Es una pena que no funcione conmigo". Hice una pausa, y preparé mi contraataque. "Pero si de verdad busca distracciones, quizás debería concentrarse en la pequeña gata negra que nos ha estado siguiendo desde que salimos de la finca".

La expresión de confianza de Edu se desmoronó, reemplazada por una de puro horror.

"No puede ser...", susurró.

Se giró bruscamente. Y lo que vio no fue a Zuzu asomando la cabeza. Lo que vio fue un misil de pelaje negro y furia que salía disparado de detrás de un barril de pescado.

Zuzu había sido descubierta, y su respuesta no fue la retirada, fue un ataque total.

"¡ZUZU, NO!", gritó Edu.

Demasiado tarde. La gata saltó con una fuerza increíble y se aferró a su cara como una máscara de pesadilla con garras.

"¡Argh! ¡Quítate, demonio con pulgas!", gritaba él, su voz ahogada por la bola de pelos.

El espectáculo fue glorioso. El gran Edu Hoshino, el prodigio, el 'Muro', tropezando hacia atrás en medio de la calle principal, manoteando al aire, tratando de despegarse a su propia gata de la cara mientras los aldeanos se detenían a mirar, boquiabiertos. Algunos niños señalaban y se reían. Un par de mercaderes intentaban ocultar sus sonrisas.

Finalmente, Edu logró agarrar a Zuzu y despegarla, sosteniéndola a distancia mientras ella siseaba y lanzaba zarpazos al aire, furiosa por haber sido utilizada en mi contraataque.

Observé la escena, con los brazos cruzados, permitiéndome una pequeña y triunfante sonrisa. Luego, con una calma deliberada, reanudé mi camino hacia la tienda.

"Vamos, joven maestro", dije por encima del hombro. "No querrá hacer esperar a su madre".

Lo oí suspirar, un sonido de derrota total. Cuando me alcanzó, tenía un nuevo arañazo en la nariz y a Zuzu metida a la fuerza bajo el brazo, donde se retorcía como una serpiente indignada.

Protocolo Atalaya, primer enfrentamiento: éxito rotundo, pensé para mis adentros. El sujeto es vulnerable a la distracción y a que sus tácticas sean expuestas. Vulnerabilidad adicional identificada: el apego emocional a su saboteadora felina puede ser explotado de forma devastadora.

El duelo... se había vuelto exquisitamente divertido.

Caminé un paso por delante de él durante todo el trayecto al mercado, una pequeña y silenciosa declaración de mi victoria. Detrás de mí, oía los suspiros exasperados de Edu mientras intentaba mantener a una Zuzu furiosa y retorcida bajo el brazo. La humillación pública a manos de una gata era, en mi opinión, un castigo justo y proporcionado para su arrogancia. Una sonrisa satisfecha se mantuvo en mis labios durante todo el camino.

Nuestra misión nos llevó a un rincón tranquilo de Akenomori, lejos del bullicio de los puestos de comida y los mercaderes. La tienda era un edificio pequeño y sin pretensiones, con una sola cortina noren de color índigo colgando sobre la puerta. El aire en su interior olía a historia: a papel de arroz, a maderas exóticas y al aroma profundo y terroso de la tinta de la más alta calidad. Un anciano de barba blanca y manos manchadas de negro nos recibió con una reverencia silenciosa, sus ojos agudos reconociendo el emblema de la familia Hoshino en la ropa de Edu.

"Venimos a recoger un encargo para Lady Sakura Kazekiri", dijo Edu, habiendo recuperado finalmente su compostura y metido a Zuzu dentro de su túnica, donde un bulto que se retorcía ocasionalmente delataba su presencia.

El anciano asintió y desapareció en la trastienda, regresando con una larga caja de madera de paulownia. La abrió con un cuidado reverencial. Dentro, sobre un lecho de seda carmesí, reposaban los pinceles. Eran magníficos. Sus mangos, de un bambú de seda casi blanco, brillaban con un pulido perfecto. Las cerdas, de un gris plateado, eran del más fino pelaje invernal del zorro de las nieves.

"Una herramienta de esta calidad es para una mano tranquila y un corazón sereno", dijo el anciano, su voz rasposa como el papel viejo. "La caligrafía es una meditación. La tinta siente la agitación del alma y la refleja en el trazo". Sus ojos se posaron en el bulto que se movía en la túnica de Edu.

Aproveché la oportunidad. Era demasiado perfecta para dejarla pasar.

"No se preocupe, maestro", intervine, mi voz suave y respetuosa. "El joven amo tiene... métodos muy enérgicos para encontrar su serenidad interior. Estoy segura de que sabrá apreciar la calma que estos pinceles le exigirán".

El anciano me dedicó una mirada de aprobación. Edu, por su parte, me fulminó con la suya. El marcador estaba ahora dos a cero a mi favor.

El camino de regreso fue silencioso durante un buen rato. Edu llevaba la caja de madera con un cuidado casi exagerado. Yo caminaba a su lado, disfrutando de mi victoria. El silencio se sentía como un trofeo. Pero sabía que no duraría. Él no era de los que aceptaban una derrota tan fácilmente.

"Así que ese es tu juego ahora", dijo de repente, su voz tranquila rompiendo el silencio.

"No sé de qué habla, joven maestro", respondí, mi defensa estándar.

Se detuvo y se giró hacia mí. Su mirada ya no era juguetona. Era analítica. Tan analítica como la mía.

"Oh, sí lo sabes", continuó, una sonrisa inteligente curvando sus labios. "La muralla de hielo no funcionó, así que ahora has construido un laberinto de ingenio. Cada palabra mía es una pieza que analizas. Cada gesto, una maniobra que contrarrestar". Se acercó un paso, su voz bajando de nuevo a ese tono íntimo y peligroso. "Es fascinante".

Sentí un escalofrío, pero esta vez no era de vergüenza. Era de anticipación. De peligro.

"Pero los laberintos tienen un defecto, Azumi-san", susurró. "No están hechos para mantener a la gente fuera. Están hechos para que alguien disfrute perdiéndose dentro contigo". Dio un último paso, tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de él. "Ten cuidado. En tu afán por analizar mi próximo movimiento, puede que no te des cuenta del momento en que yo ya estoy en el centro de tu laberinto, esperándote".

Me quedé helada. Completamente paralizada.

El muy... bastardo.

Había visto a través de toda mi estrategia. La había nombrado, la había analizado, había predicho mis intenciones y me había advertido de su inevitable fracaso. No estaba jugando a mi juego. Me estaba demostrando que él lo había inventado.

Me había devuelto el golpe, y había sido un jaque mate.

Llegamos al resto del camino a la finca en un silencio absoluto. Mi mente era un torbellino, analizando sus palabras, mi error, su nueva estrategia. Traté de reconstruir mi máscara de hielo, de proyectar una calma profesional cuando entramos en la sala principal, donde Lady Sakura nos esperaba, leyendo un libro junto a la ventana.

"Madre, tu encargo", dijo Edu, depositando la caja de madera de paulownia sobre la mesa con una reverencia. Luego, se retiró a un rincón de la habitación, observándome con una sonrisa apenas perceptible, esperando ver mi siguiente movimiento.

Yo di un paso adelante, tomé la caja y se la presenté a mi señora con la postura formal que la etiqueta dictaba. "Lady Sakura, sus pinceles".

Ella dejó su libro y tomó la caja, pero sus ojos violetas no estaban en la madera preciosa. Estaban fijos en mí. Su mirada era aguda, analítica, y sentí como si estuviera leyendo cada uno de los pensamientos que yo intentaba con tanto esmero ocultar.

"Gracias, Azumi-chan", dijo, su voz suave y melosa. "Veo que la misión fue un éxito. Debió ser un paseo muy... educativo".

Sentí una punzada de advertencia. Conocía ese tono.

"Fue... informativo, mi señora", respondí, mi voz perfectamente neutral. O eso esperaba.

Lady Sakura abrió la caja, admirando los pinceles. "Son magníficos. Edu, hijo, has hecho una buena elección". Luego, sin apartar la vista de las cerdas plateadas, añadió casualmente: "Dime, Azumi, querida. Por el color tan saludable que tienes en las mejillas, parece que mi hijo no solo trajo los pinceles a casa".

Levantó la vista, y su sonrisa era la de una zorra que acaba de acorralar a su presa.

"Parece que, una vez más, encontró una grieta en esa famosa fortaleza de hielo tuya y se infiltró sin ser invitado. ¿O me equivoco?"

El golpe fue directo. Y letal.

Todo mi autocontrol, toda mi estrategia, todo el "Protocolo Atalaya" que había empezado a construir... se hizo polvo. Un calor abrasador subió por mi cuello y explotó en mi cara. Estoy segura de que me puse más roja que mi propio cabello. Mi boca se abrió y se cerró como la de un pez fuera del agua. No había respuesta. No había contraataque. Me había desarmado con la misma facilidad que su hijo.

Oí una risa ahogada de Edu desde el otro lado de la habitación.

Juntando hasta la última pizca de mi dignidad, logré articular una frase.

"¡SI-SI ME DISCULPA, MI SEÑORA, DEBO SUPERVISAR LA PREPARACIÓN DE LA CENA!", tartamudeé, mi voz un octava más alta de lo normal.

Hice una reverencia tan rígida que casi me parto por la mitad y, dándome la vuelta, hui de la habitación. No caminé. Huí. La risa ahora abierta de Edu y la risa musical de su madre me persiguieron por todo el pasillo.

Finalmente, en la seguridad de mi estudio, cerré la puerta y me apoyé en ella, mi mente un caos. Abrí mi cuaderno de cuero negro. Taché con furia la entrada anterior. Y debajo, escribí con una mano que temblaba, no de debilidad, sino de una nueva y furiosa resolución.

Actualización de Protocolo.

El sujeto (Edu) no es la única amenaza. Su madre (Sakura) posee un nivel de análisis psicológico superior y parece disfrutar del conflicto. Es una jugadora activa. La operación requiere ahora un nivel de subterfugio mucho mayor.

Nivel de amenaza general del entorno: Crítico. Nivel de interés: Inaceptablemente alto.

Cerré el cuaderno de golpe. Una sonrisa lenta y peligrosa se extendió por mi rostro.

Maldita familia Hoshino. No solo habían aceptado mi desafío.

Lo habían convertido en su deporte familiar.

More Chapters