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Chapter 11 - "ECOS DEL PASADO Y EL FUTURO"

(Narrado por Hinata Hoshino)

El aire debía oler a pino y a tierra húmeda. Eso es lo que me decía mi mente. Pero mis sentidos, mi don, mi maldición... me contaban una historia diferente. El aire olía a fiebre. A metal oxidado y a carne que empieza a pudrirse desde dentro. Cada paso que dábamos hacia el corazón del bosque era una puñalada en mi alma. El dolor no era una idea; era un grito silencioso y agudo que rebotaba dentro de mi cráneo, suplicando, rogando que nos fuéramos.

Y entonces lo vi.

No era un árbol. Era el cadáver de un dios. Un roble tan antiguo que sus ramas parecían sostener el peso de un cielo olvidado, ahora retorcidas en una agonía silenciosa. Su piel, la corteza, estaba ennegrecida, rota, y de sus heridas abiertas supuraba una savia de un color púrpura oscuro que brillaba con una luz enfermiza. Parecía palpitar, como un corazón moribundo, y cada pulso era una oleada de sufrimiento que me hacía querer doblarme y vomitar. En su tronco, grabado a fuego como una blasfemia, estaba el símbolo. La fuente de todo el dolor.

"Hinata, no mires", susurró Kenji a mi lado, intentando cubrirme los ojos.

Pero era demasiado tarde. Yo ya lo veía. Lo sentía. Estaba conectada a su agonía.

Fue mi dolor lo que rompió a mi hermano. Vi a Edu dar un paso al frente, y el aire a su alrededor pareció vibrar con una furia que nunca antes le había sentido.

"Lo destruiré", dijo, y su voz no era la suya. Era el gruñido de un animal protegiendo a su cría herida.

"Es una locura", la voz de Kenji sonó distante, como si viniera de otro mundo. Un mundo donde la lógica aún importaba. "No conocemos las consecuencias. Debemos analizar..."

"¡MIRENLA!", rugió Edu, y su dedo me señaló. Yo me encogí bajo su mirada. "¡Está sufriendo! ¿Tu análisis la sanará, Kenji? ¿Tu precaución detendrá este veneno? ¡Se acabó el tiempo de pensar!".

"¡El impulso es la tumba de los tontos, Edu!", gritó Azumi.

Vi a mis hermanos, a mis guardianes, discutiendo sobre mí. Sus voces eran un ruido blanco que se sumaba al grito silencioso del bosque. Y sentí una punzada de culpa tan afilada como un trozo de hielo. Este dolor, esta pelea... era por mi culpa.

La tierra no esperó a que se pusieran de acuerdo.

El suelo bajo el roble muerto pareció vomitar. Espinas de madera negra y raíces retorcidas brotaron de la tierra profanada, ensamblándose en formas de pesadilla. Eran marionetas rotas, moviéndose con sacudidas antinaturales, sus cuerpos una parodia de lobos y osos. Pero sus ojos... sus múltiples ojos de ámbar febril no tenían vida. No había inteligencia en ellos, solo un hambre. Un hambre antigua y vacía.

Y me miraban a mí.

La batalla explotó en un caos de sonido y furia. Yo solo era una espectadora aterrorizada. Veía a Shizuka convertirse en una leona de piedra, sus puños levantando muros de tierra para protegernos. Veía a Azumi como un fantasma de viento, una danza mortal de acero y aire cortante. Veía a Kenji, a mi lado, gritando órdenes que apenas podía entender.

Y veía a Edu. Era un huracán. Un torbellino de fuego y agua que se lanzaba al corazón de la horda, cada movimiento una promesa de muerte.

Pero eran demasiados. Por cada uno que caía, dos más se levantaban de la tierra. Eran un océano de pesadillas, y nosotros éramos una isla que se encogía a cada instante.

Y entonces, su hambre colectiva encontró un foco.

Uno de ellos, una abominación de raíces y roca mucho más grande que las demás, ignoró a los combatientes. Sus ojos de ámbar se clavaron en mí. Me eligió. Y cargó.

El mundo se movió a cámara lenta. Vi a Shizuka intentar interponerse, solo para ser lanzada por los aires como una muñeca de trapo. Vi a Azumi lanzar sus cuchillas de viento, que rebotaron inofensivamente en su corteza endurecida. Oí a Kenji gritar mi nombre.

Me quedé helada. Mi cuerpo no respondía. Mi garganta no podía formar un grito. Solo podía ver a la avalancha de muerte que se abalanzaba sobre mí.

Estaba a punto de morir.

Y en ese instante, el grito del bosque y el ruido de la batalla desaparecieron.

Un nuevo sonido lo llenó todo: el zumbido bajo y enfermo de un poder que se descontrola.

Me giré. Edu estaba de pie entre el monstruo y yo. Pero su rostro... no era la cara de mi hermano. Era la cara del miedo mismo. Un terror puro y absoluto, no por él, sino por mí. Sus ojos grises estaban desorbitados, y en ellos vi el reflejo del monstruo y mi propia muerte.

La energía púrpura del sigil en el árbol fluyó hacia él. No como un ataque, sino como si respondiera a una llamada. Su poder, el poder de la Llave, estaba bebiendo del veneno del mundo.

"¡Edu, no!", la voz de Azumi fue un grito de pura desesperación.

Él la ignoró. Levantó una mano. No hacia el monstruo. Hacia el cielo.

Y rugió.

Fue un rugido de amor y de rabia y de una pena tan profunda que hizo temblar el mundo. Y con ese rugido, el poder que había convocado se desató.

No fue un hechizo. Fue el nacimiento de un sol.

Un sol blanco y morado que explotó desde su cuerpo. Un silencio que quemaba. Sentí cómo la ola de energía pasaba sobre mí, caliente y extrañamente protectora. El monstruo que me iba a matar, y todos los demás, simplemente... se desvanecieron. Se convirtieron en polvo antes de que pudieran gritar.

Por un segundo, hubo paz. La paz del vacío.

Miré a Edu. Estaba de rodillas, con la cabeza gacha, humo saliendo de sus hombros. Lo había hecho. Me había salvado.

Y entonces, el árbol gritó.

Fue un chillido silencioso que sentí en mis huesos, en mis dientes. El sigil en su tronco se agrietó, liberando toda la energía corrupta que Edu no había destruido, sino solo agitado. La energía del ataque de mi hermano, ahora sin control, fue atraída de vuelta.

Una columna de luz blanca y púrpura cayó del cielo y golpeó el corazón del roble.

La realidad se hizo añicos.

Vi grietas de luz pura extenderse por el suelo, por los árboles, por el propio aire. Un sonido de cristal rompiéndose a una escala imposible lo llenó todo. Vi a mis amigos, a mis hermanos, ser alcanzados por esas grietas de luz. Vi sus rostros de sorpresa y de dolor.

Y entonces la luz vino por mí.

No dolió. No sentí nada. Solo una inmensa tristeza. Mi último pensamiento fue una imagen de su rostro, el rostro de mi hermano, el que me había salvado y condenado en el mismo instante. Extendí mi mano hacia su silueta que se desvanecía.

"Edu..."

Y la luz blanca lo devoró todo.

No hubo dolor. No hubo sonido. Solo la sensación de disolverme, de deshacerme en un millón de pedazos de memoria y sentimiento. Dejé de ser Hinata. Dejé de ser una niña. Dejé de ser.

Era una conciencia. Un punto de vista flotando en una negrura infinita y silenciosa que había reemplazado al mundo.

No tenía cuerpo para temblar. No tenía pulmones para gritar. Solo podía observar.

Y lo que vi hizo que mi alma sin cuerpo deseara no haber existido jamás.

Primero, vi la pesadilla. La sombra de un guerrero, un contorno que mi alma reconocía con un dolor sordo. Vi siete luces de colores venenosos rodearlo, corromperlo, transformarlo en un titán de caos. Sentí su agonía silenciosa como si fuera la mía.

Pero entonces, la escena parpadeó. Como una película vieja y gastada, la imagen de la pesadilla se desvaneció, reemplazada por otra.

La oscuridad retrocedió ante una luz cálida y dorada. En el centro de esta nueva y pacífica nada, vi una forma diferente. No era una sombra, sino un ser de pura energía, un corazón de creación que latía con una melodía armoniosa. Y sentí un tirón hacia él, una sensación no de fraternidad, sino de... origen. Como si estuviera viendo la fuente de mi propia alma.

Junto a él, apareció otra figura. Un guardián. No tenía un rostro definido, pero su forma era inconfundible: alas hechas de luz de luna, una armadura de oro y plata estelar y una presencia que irradiaba una devoción absoluta.

No los vi hablar. Los sentí. Sentí la alegría del guardián al estar cerca del corazón de luz. Sentí su afecto, una ternura que iba más allá de un simple deber. Vi sus luces entrelazarse, no en una batalla, sino en una danza. Una danza de amor tan puro, tan fundamental, que el propio vacío parecía cantar con ellos.

Y lo entendí.

Esta era la historia antes de las historias. La verdad antes de las mentiras. La Llave y su Guardián.

La imagen se rompió de nuevo. La armonía fue reemplazada por un chillido disonante.

Estaba de vuelta en la pesadilla. En la oscuridad. Vi a la pequeña sombra de la lealtad, con sus ojos de sol y luna, acercarse al titán de caos. Vi la mano de oscuridad extenderse. Y vi el pequeño cascabel de plata caer al suelo, su tintineo final un eco solitario en un universo muerto.

Mi ser se desgarró de pena. Pero antes de que pudiera procesar el horror, la escena parpadeó una vez más.

De vuelta a la luz dorada. De vuelta al origen.

Pero la danza se había detenido. Una nueva presencia, inmensa, fría y juiciosa, lo llenaba todo. No podía verla, pero sentía su juicio como un frío glacial. Sentí una única palabra resonar a través de la creación: PROHIBIDO.

Vi cómo el Guardián y la Llave eran separados a la fuerza. Vi cómo su luz era despojada, su armonía rota. Los vi caer. Expulsados del paraíso de luz, no por orgullo, no por traición, sino por el "pecado" de su amor. Cayeron juntos a la oscuridad de abajo, a un mundo que no estaba preparado para ellos.

Ahora lo entendía.

La inquietud que sentí en la catedral. La sensación de que la historia de mi padre sobre la soberbia estaba incompleta. La sospecha de mi madre de que era una excusa. Ambas eran verdades a medias. La historia del Caído no era una leyenda de orgullo.

Era una tragedia de amor.

La visión final fue una colisión de todo. Vi al titán de sombras de la pesadilla, la versión corrupta del guerrero, luchando contra los ángeles sin rostro del juicio. Y mientras luchaba, vi imágenes superpuestas de la caída original: el Guardián y la Llave, cayendo juntos.

El futuro terrible era un eco del pasado trágico.

La guerra cósmica llegó a su clímax. Vi cómo el titán de sombras era acorralado por la luz implacable. Estaba a punto de ser borrado.

Y en ese último instante, sentí que su conciencia se conectaba con la mía a través del tiempo y el espacio.

En ese único punto de contacto, no sentí al monstruo. Sentí el eco de todo. Sentí el amor del Guardián. Sentí el dolor de la Llave. Sentí la desesperación del guerrero. Sentí el peso de un juramento, de una promesa de proteger, hecho en el principio de los tiempos.

Y escuché un susurro en el centro de mi alma. Un susurro que era a la vez un adiós y una promesa.

El titán atrajo todo hacia sí mismo. La luz y la sombra. El amor y el juicio. El pasado y el futuro.

Todo colapsó en un único punto de silencio absoluto.

Y en el corazón de ese silencio, escuché un único sonido.

Un chasquido.

Definitivo. Final. El sonido de una página pasando, de un libro cerrándose.

Y con ese chasquido, la luz blanca lo fue todo.

Un reinicio.

La luz blanca se desvaneció. El chasquido dejó un eco en un lugar más profundo que mis oídos.

Y entonces, un sonido.

El trino de un gorrión, insistente y alegre, fuera de mi ventana.

Abrí los ojos de golpe, tomando una bocanada de aire tan profunda que me dolió el pecho. Estaba en mi cama. Mi corazón era un tambor desbocado, pero mis manos, al tocar las sábanas de lino, sintieron su textura real y familiar. El sol de la mañana entraba por la ventana, cálido sobre mi piel. Olía a cedro y a las flores de mamá.

Estaba en casa.

Una oleada de alivio tan abrumadora me recorrió que mis músculos, tensos por un terror sin nombre, se relajaron. Las lágrimas comenzaron a brotar, lágrimas de pura gratitud. Fue una pesadilla. La más vívida y terrible de mi vida, pero solo eso. Una pesadilla.

Desde el patio, llegó la prueba definitiva de la realidad: el sonido de bokken de madera chocando, seguido de la risa de Edu. "¡Ese bloqueo fue más lento que una petición de disculpas tuya, Azumi!"

Sonreí entre lágrimas. Todo estaba bien. Me senté en la cama, secándome el rostro, lista para empezar el día, lista para olvidar.

Y entonces, vi algo sobre mi mesita de noche.

Junto al vaso de agua que siempre me dejaban, había una pequeña figura. Un gato de cerámica blanca, pintado con delicadas flores de color índigo.

El aire se congeló en mis pulmones.

Con una mano temblorosa, la cogí. Era fría. Sólida. Real. Y yo sabía, con una certeza que me heló la sangre, que nunca antes la había visto en mi vida. Mi mente, sin embargo, la recordaba. Recordaba a la nieta de un anciano, en un mercado bullicioso, ofreciéndosela a mi hermano. Un recuerdo de un día que aún no había llegado.

No... no es posible.

El pánico regresó, frío y punzante. Me levanté de la cama de un salto, mis ojos buscando desesperadamente algo que negara lo que mi corazón ya sabía. Y mi mirada cayó sobre mi mesa de dibujo.

Corrí hacia ella. Sobre el papel de arroz, no estaba el dibujo de mi familia que había hecho el día anterior.

Había un boceto. Frenético. Hecho con trazos de carbón tan fuertes que casi habían rasgado el papel. Representaba un roble inmenso y retorcido. En su tronco, un sigilo profano. Y a su alrededor, figuras de pesadilla. En el centro, una imponente silueta oscura, rodeada por siete luces de colores.

La prueba era irrefutable. La pesadilla era un recuerdo. El recuerdo era una profecía.

Con la estatuilla de cerámica apretada en mi puño, me arrastré hacia la ventana que daba al dojo. Necesitaba verlos.

La escena era de una paz casi dolorosa. Edu y Shizuka en un combate amistoso. Azumi observando, con una calma que ahora me parecía una fortaleza a punto de ser asediada. Kenji, leyendo, su mente un arma que aún no conocía su verdadera guerra. Mis padres en la veranda, sonriendo.

Pero yo ya no veía solo a mi familia. Sobre ellos, como fantasmas, veía las sombras de mi visión.

Miré a mi hermano, tan lleno de vida y luz, y vi al titán de caos que luchó contra los cielos. Miré a Shizuka, tan fuerte y terca, y vi a la criatura de roca y furia. Miré a Azumi, tan serena y precisa, y vi al espectro de viento y escarcha. Ya no eran una posibilidad. Eran un destino esperando a ser cumplido.

En ese momento, Zuzu saltó al alféizar de mi ventana. Se frotó contra mí, ronroneando, y el pequeño cascabel de plata de su collar tintineó suavemente.

El sonido fue un chasquido en mi alma.

Recordé el vacío. Recordé la oscuridad. Y recordé ese mismo cascabel, roto y solitario, la única tumba de una lealtad perdida.

Un sollozo ahogado se me escapó y retrocedí, cayendo al suelo. Zuzu me miró, confundida por mi repentino terror.

Me quedé allí, en el suelo de mi habitación, escuchando las risas de mi familia. Las risas de los condenados. Tan felices. Tan ignorantes.

El miedo no se fue. Pero algo dentro de mí se endureció. Las lágrimas se secaron. El temblor de mis manos cesó. Apreté la figura de cerámica hasta que sus bordes se clavaron en mi palma.

Ellos no lo sabían. No podían saberlo. Edu cumpliría su juramento de ser el Muro. Kenji sería el Estratega. Shizuka y Azumi serían las Guardianas.

Y yo... yo sería la Memoria. La Vigía. La única que había visto el final del camino.

Y mi propio juramento silencioso nació en ese instante. No permitiría que ese futuro se hiciera realidad. No importaba el coste.

Última viñeta: Un primer plano de los ojos de Hinata. En su iris se refleja la pacífica escena del dojo, pero su mirada es la de una superviviente, la de alguien que ya ha visto el fin del mundo.

Línea final del Volumen 1:

...No fue un sueño. Fue una advertencia...

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