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Chapter 3 - "ECOS DE UN JURAMENTO Y PROMESAS"

Estábamos los tres en el gran balcón de piedra que se proyectaba desde el ala este de la casa, nuestro refugio no oficial. Daba al jardín de mamá, y el aire nocturno, cada vez más fresco, subía cargado con el perfume embriagador de los jazmines y las damas de noche. Arriba, un millón de estrellas comenzaban a perforar el velo oscuro del cielo. Yo estaba sentada en un banco de piedra, abrazando mis rodillas. Edu estaba apoyado en la barandilla, de espaldas a nosotros, contemplando la inmensidad. Kenji, como siempre, estaba inmerso en sus pensamientos, sentado en una silla con un pequeño cuaderno de cuero y un trozo de carbón en la mano.

Ocultas en la sombra del umbral de la puerta que daba al balcón, Shizuka y Azumi observaban en silencio. Habían venido a traer una bandeja con té, pero se detuvieron al sentir la atmósfera solemne. Interrumpir ahora, lo sabían, sería un sacrilegio.

Fue Kenji quien rompió el cómodo silencio desde el balcón. Su voz, siempre tan medida y analítica, cortó la quietud de la noche.

"He estado repasando tu combate de esta mañana, hermano", dijo. "Predeciste la reacción emocional de ambas y las usaste como piezas en tu propio tablero. Eso no es esgrima, Edu. Es psicología de combate".

Desde el umbral, Shizuka frunció el ceño. Oír su propia derrota analizada con tanta frialdad era irritante, pero no podía negar que el chico tenía razón. Azumi, a su lado, simplemente bajó la mirada, un leve rubor tiñendo sus mejillas al recordar su propia vacilación.

Edu se giró lentamente, y en la penumbra vi la silueta de su sonrisa. "El acero es solo una parte de la ecuación, Kenji. Apuntas a la mente de un oponente, a su corazón. El verdadero campo de batalla está aquí", dijo, tocándose la sien.

No pude contenerme. Vi la soledad que se escondía detrás de su sonrisa de vencedor. "Pero ese es el problema...", mi voz sonó más frágil de lo que pretendía. "...para ti, todo es siempre un campo de batalla, Edu. ¿No te cansas nunca?".

La pregunta quedó flotando entre nosotros. Kenji levantó la vista de su cuaderno. En las sombras, Shizuka y Azumi intercambiaron una mirada. Ellas, como guerreras, entendían el peso de esa pregunta mejor que nadie. El cansancio no era solo físico; era un agotamiento del alma.

Edu bajó la mirada de las estrellas y nos miró a los dos. Sus hombros, siempre tan rectos, parecieron hundirse un milímetro. Suspiró, un sonido que pareció llevarse consigo todo el peso del día.

"Sí, me canso", admitió. "Muchísimo. Pero entonces los miro a ustedes".

Su mirada se posó en Kenji, y luego en mí. "Veo tu mente, Kenji... y sé que te convertirás en un hombre más sabio que nuestro padre. Y te miro a ti, Hinata... y veo un corazón tan puro que podría sanar las heridas de este mundo".

Se apoyó de nuevo en la barandilla. "El mundo es un lugar que puede romper cosas hermosas. Y yo... yo no soy tan inteligente como tú, Kenji, ni tan bueno como tú, Hinata. Solo sé pelear. Es lo único que tengo". Su voz se llenó de una convicción feroz. "Así que sí, para mí todo es un campo de batalla. Porque mi fuerza es el muro que se interpone entre el mundo y ustedes dos".

Hizo una pausa, y sus palabras finales fueron un juramento dicho a las estrellas. "Proteger estos momentos, esta paz... es la única razón por la que quiero ser fuerte".

Kenji cerró su cuaderno lentamente. Había entendido. Yo me acerqué y apoyé mi cabeza en el hombro de mi hermano mayor, sintiendo el peso de su promesa.

Y en la puerta, Azumi se llevó una mano al pecho, justo sobre el corazón, como si las palabras de Edu la hubieran golpeado físicamente. Su fachada de hielo se había derretido por completo, dejando al descubierto una admiración y una emoción abrumadoras. Shizuka no se movió, pero sus manos se cerraron en dos puños apretados a sus costados. No era un gesto de ira, sino de lealtad. Un juramento silencioso de que ella ayudaría a su joven maestro a sostener ese muro, sin importar el coste.

Éramos un ecosistema. El Muro, el Erudito y yo, la razón por la que el muro debía existir. Y ellas, las guardianas silenciosas que se asegurarían de que el muro nunca cayera. Por primera vez, mi papel no se sintió como una debilidad, sino como un ancla.

Me fui a dormir esa noche con las palabras de mi hermano resonando en mi cabeza, un eco protector contra el silencio de mi habitación. Su juramento se había convertido en el mío, en el de Kenji. Éramos los tres vértices de un triángulo, unidos por un propósito que apenas comenzábamos a comprender. Por primera vez en mucho tiempo, no me sentí solo como la hermana pequeña que necesitaba ser cuidada, sino como una parte integral de ese "muro" que Edu se esforzaba tanto por construir.

La mañana siguiente al juramento en el balcón, el aire en la finca Hoshino se sentía diferente. Cargado. Como la quietud eléctrica que precede a una tormenta de verano. La promesa de mi hermano parecía haber alterado el equilibrio de nuestra casa. Había una nueva intensidad en la mirada de Kenji, una nueva y silenciosa determinación en los gestos de Shizuka y Azumi, y una nueva profundidad en la sonrisa de Edu.

Fue mi madre, quien decidió que tanta solemnidad era mala para la digestión.

Nos encontró a todos en el dojo, preparándonos para el entrenamiento matutino. Edu estaba estirando, moviéndose con una fluidez que era casi insultante.

"Edu, querido", comenzó mi madre, con esa voz melosa que siempre presagiaba problemas para mi hermano. "Ayer diste un discurso muy conmovedor sobre ser nuestro 'muro'. Un sentimiento muy noble. Pero un muro que solo sabe ser serio es aburrido". Hizo una pausa. "Propongo una apuesta".

Edu dejó de estirar, enarcando una ceja. "¿Una apuesta, madre?"

"Sí. Un combate. Tú contra Shizuka y Azumi", declaró, y vi cómo los ojos de las dos sirvientas se iluminaban. "Y para hacerlo interesante, Zuzu también participa... en el equipo de ellas".

Un maullido de aprobación resonó desde una de las vigas del techo, donde la gata nos observaba.

Edu rio. "Un tres contra uno. Me siento halagado. ¿Y qué se apuesta?"

"Sencillo", dijo Sakura, y su sonrisa se ensanchó. "Si ellas ganan, se acaba tu descarado coqueteo con cada señorita de Akenomori. Serás un monje de la modestia. Pero...", añadió, "...si tú ganas, Shizuka y Azumi deberán sentarse con nosotros esta noche y contar la historia de cómo dos de las guerreras más prometedoras de su generación terminaron sirviendo en esta casa. Toda la historia".

Un silencio tenso llenó el dojo. Era una apuesta brillante y cruel. Shizuka y Azumi eran personas increíblemente reservadas. Su pasado era el único secreto que la casa Hoshino aún guardaba. Por otro lado, pedirle a Edu que renunciara a su coqueteo era como pedirle al sol que no brillara.

"Acepto", dijo Edu sin dudar, su sonrisa llena de una confianza arrolladora.

Y así comenzó la batalla más caótica que nuestro dojo había visto jamás.

Nuestro padre, Kenji y yo nos sentamos en la engawa para observar. Esta vez, era puro espectáculo.

"Que conste que esto es un abuso de poder", declaró Edu, haciendo girar su espada de madera con una floritura. "Pero por la oportunidad de desentrañar los misteriosos pasados de mis guardianas, acepto el desafío".

"Prepara tus excusas, joven maestro", replicó Shizuka, adoptando una postura baja y poderosa. Azumi, a su lado, no dijo nada, pero el aire a su alrededor pareció volverse más frío. Sobre la viga del techo, Zuzu soltó un maullido que sonó inquietantemente como una risa.

"¡Comiencen!", ordenó Padre.

La batalla explotó. Shizuka fue una embestida directa, su bokken silbando con una fuerza que agrietaría la piedra. Al mismo tiempo, Azumi se desvaneció, usando una ráfaga de viento para flanquear a Edu. Era un ataque de martillo y yunque. Mientras Edu bloqueaba la ofensiva de Shizuka, la hoja de Azumi ya buscaba su costado.

"¡Vamos, señoritas!", rio Edu, girando sobre sí mismo para que el golpe de Azumi se encontrara con la espada de Shizuka. "¡A este ritmo, mi té se va a enfriar!"

"¡Ya verás qué pronto se te quita la sed, mocoso!", gritó Shizuka, retrocediendo para tomar impulso.

Fue el primer error. La pausa. Zuzu, desde las vigas, se dejó caer como una piedra negra, apuntando directamente a la cabeza de Edu. Edu tuvo que saltar hacia atrás, rompiendo su propia postura para esquivarla. Apenas sus pies tocaron el suelo, Shizuka ya estaba sobre él de nuevo.

"Controlan el ritmo", murmuró Kenji, sus dedos tamborileando frenéticamente. "No le dan un segundo para pensar".

La pelea se intensificó. Ahora la magia entró en juego.

"¡Elemento Tierra: Prisión de Fango!", cantó Shizuka. El suelo bajo los pies de Edu se volvió un lodo espeso, robándole su agilidad.

"¡Elemento Viento: Cuchillas de Brisa!", susurró Azumi, lanzando ráfagas de aire cortante.

Atrapado en el fango, Edu tuvo que usar su espada para desviar las cuchillas de viento. Mientras estaba ocupado, Zuzu lanzó una ofensiva terrestre, un borrón negro que corría en zigzag para morderle los tobillos.

"¡Ay, ay, gata traidora!", exclamó Edu, saltando para evitarla, lo que casi le hizo recibir un corte de viento.

"Pobre hijo mío", dijo Madre desde la veranda, abanicándose con calma. "Tanta atención de tres damas a la vez. Debe ser agotador".

Edu, ahora sudando, se dio cuenta de que la defensa no era una opción. Golpeó el suelo con la palma. "¡Elemento Fuego: Aliento de Ceniza!". Una nube de humo y ceniza caliente llenó su alrededor, evaporando el lodo y dándole un instante de cobertura.

Pero ellas estaban preparadas. Azumi usó su viento para darle forma a la nube de ceniza, convirtiéndola no en una cortina, sino en un torbellino arremolinado que atrapó a Edu en el centro, cegándolo.

"Ahora, Shizuka!", gritó Azumi.

Desde el exterior del torbellino, Shizuka preparó un golpe masivo. Pero el verdadero ataque vino de otro lado. Zuzu, usando la ropa de Shizuka como una escalera, trepó por su espalda y, justo cuando Shizuka lanzaba su estocada, la gata saltó desde su hombro, atravesando el torbellino como una bala de cañón invisible.

"¡La variable Zuzu!", exclamó Kenji, poniéndose de pie. "¡Es un ataque combinado que usa la distracción visual!".

Dentro del caos, Edu no podía ver, pero podía sentir. En el último instante, en lugar de bloquear, lanzó una onda de agua. "¡Elemento Agua: Onda de Choque!". El agua no golpeó a Zuzu, sino que chocó contra el torbellino de ceniza, convirtiéndolo en una lluvia de lodo negro que cayó sobre todos, incluida la propia gata, que aterrizó en el suelo con un maullido de indignación, cubierta de barro.

La pausa momentánea fue aprovechada por Azumi, quien apareció tras él, limpia y rápida. Pero Edu ya no estaba allí. Había usado la confusión para moverse. La batalla se convirtió en una danza frenética a tres bandas. Edu esquivaba a Zuzu, que ahora intentaba limpiarse el lodo frotándose contra sus piernas. Bloqueaba los golpes implacables de Shizuka, que usaba pilares de tierra para limitar su espacio. Y desviaba las ráfagas precisas de Azumi, que lo acosaba desde la distancia.

"Sigue reaccionando", dijo Padre, su voz una lección para mí. "Un gran guerrero no reacciona al caos. Lo utiliza".

Como si hubiera escuchado a su padre, la expresión de Edu cambió. Dejó de sonreír. Dejó de esquivar. Se plantó en el centro del dojo.

Shizuka y Azumi, viendo una apertura, prepararon su ataque final y definitivo. Shizuka levantó un enorme pilar de roca del suelo, listo para aplastarlo. Azumi corrió por el muro y se preparó para un ataque en picado. Zuzu, desde el suelo, se agazapó, lista para lanzarse a sus pies. Era un ataque desde arriba, desde el frente y desde abajo. La trampa perfecta.

"Se acabó", sentenció Kenji.

Pero Edu cerró los ojos.

"Demasiado ruido", susurró. Y entonces, golpeó el suelo con toda su fuerza. "¡Elemento Fuego y Agua: Velo de Niebla Hirviente!".

Una explosión masiva de vapor blanco y denso llenó todo el dojo en un instante. Era una niebla tan espesa que no se podía ver nada, y el calor húmedo era sofocante. Gritos de sorpresa vinieron de las dos sirvientas, y un maullido de pánico de Zuzu. Su coordinación, su mayor arma, se había roto por completo.

Los que estábamos en la veranda contuvimos la respiración. No podíamos ver nada. Solo oíamos el sonido sordo del vapor.

Un segundo. Dos. Tres.

Y de repente, el vapor comenzó a disiparse.

La imagen que reveló nos dejó sin aliento. Azumi estaba de pie, frotándose el hombro, su bokken en el suelo a sus pies. Shizuka estaba sentada, mirando sus manos vacías con incredulidad.

Y en el centro del patio, Edu estaba de pie. Jadeaba, empapado en sudor, pero estaba erguido. En un brazo, sostenía a una Zuzu que se retorcía y pataleaba, completamente neutralizada. Y en su otra mano, sostenía no una, sino las dos espadas de madera de sus oponentes.

No había ganado por la fuerza. Había ganado al imponer su propio caos sobre el de ellas.

Soltó a Zuzu, que corrió a esconderse bajo la veranda. Dejó caer las espadas al suelo con un ruido sordo. Y entonces, les dedicó a sus guardianas una sonrisa cansada pero absolutamente triunfante.

"Bueno, bueno...", dijo, su voz entrecortada por el esfuerzo. "Con todo el respeto, mis queridas guardianas... parece que esta noche, me deben un par de historias".

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