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Chapter 2 - Todo o nada

Almag se sentó en un rincón del pasadizo de piedra, sintiendo el ardor de los cortes en ambos brazos.

—Ah… por poco y muero… jaja… —soltó una risa amarga. En el fondo, no tenía nada de gracioso; la muerte siempre acechaba. La única forma de no enloquecer era tomarlo a burla, como una broma cruel.

 

Dejó escapar un suspiro mientras sacaba uno de los frascos de curación de su inventario.

—Mejor uso solo uno… —murmuró para sí, priorizando la necesidad sobre el alivio total.

El líquido resbaló por su garganta, dejando un sabor metálico y amargo. Notó cómo las heridas en sus brazos empezaban a cerrarse y la energía regresaba, aunque no del todo. La sangre perdida aún le cobraba factura, una ligera debilidad.

Ya recuperado en lo esencial, revisó los restos de los esqueletos. Solo encontró armas oxidadas e inútiles, igual que antes.

—¡Demonios… no hay nada… ¡Nada! —gruñó, golpeando el suelo con el puño. Ya estaba frustrado y desesperado. Había invertido seis mil ochocientos euros en esta incursión. Seis mil ochocientos que no podía permitirse perder. No podía salir con las manos vacías.

 

Sin perder más tiempo, impulsado por la necesidad, siguió avanzando.

El pasadizo se oscurecía, pero no detuvo el paso. Poco después, llegó a una zona con el suelo más plano. Otra puerta se alzaba frente a él.

Antes de cruzarla, chasqueó los dedos. Una pantalla translúcida apareció en el aire. Una voz monótona habló:

—Faltan 24 minutos y 18 segundos.

Tras el aviso, Almag abrió la puerta sin dudar y entró en la siguiente sala.

El lugar era un amplio salón abierto, mucho más espacioso que los anteriores. El suelo estaba cubierto de restos de madera, piedras rotas y algunas piezas metálicas que brillaban débilmente entre el polvo.

Una sonrisa se dibujó en su rostro. Esta vez, pensó con renovada esperanza, tenía que conseguir algo.

Pero la esperanza se mezcló rápido con cautela. Vio tres esqueletos inertes en el suelo y uno más de pie que permanecía firme frente a un cofre grande, como un guardián. Medía más de dos metros y sostenía una lanza oxidada. Ese sería un problema.

Con sigilo, Almag se agachó, preparando una daga. Su plan: eliminar a los dormidos sin alertar al gigante. Si la pelea era inevitable, que fuera en sus términos.

Apuntó, calculó y lanzó la daga. El golpe fue preciso, directo al cráneo del primer esqueleto. La criatura se incorporó de golpe, tambaleante, con la hoja aún incrustada en el hueso. Almag se lanzó sobre ella, pero no consiguió recuperar el arma; tiró con fuerza, sin resultado. Sin perder tiempo, desenfundó la segunda y remató al enemigo con un corte seco.

 

Apenas acabó, otros dos esqueletos detectaron su presencia. Se activaron al instante, sin darle respiro.

Uno arremetió de inmediato. Almag esquivó por poco, sintiendo el aire helado rozarle la piel. El peligro solo estaba en un error.

 

Con una reacción rápida lanzo su última daga al pecho del atacante, más para detener su avance que para destruirlo. Rápidamente, corrió hacia el primero que había derribado, se deslizó por el suelo y arrancó la hoja incrustada en su cráneo.

Con el arma recuperada, giró sobre su talón y desató una ráfaga de cortes rápidos sobre el esqueleto más cercano. Los ataques fueron suficientes; el no muerto se desmoronó en pedazos.

Pero cometió un error crítico.

No calculó el ritmo del segundo esqueleto. Aquel, con la daga aún clavada en el pecho, logró acortar la distancia y le propinó una puñalada lateral.

Almag soltó un grito ahogado de dolor, retrocediendo tambaleante.

Pero no hubo tiempo para procesarlo.

El esqueleto de la lanza lo había escuchado.

—No puede ser … —murmuró, apretando los dientes, con el dolor físico.

Tenía que moverse, o ese sería su último error.

 

Almag reaccionó con una patada rápida a la parte inferior del esqueleto que tenía delante. Tenía que acabar con él antes de que el otro llegara.

El no muerto cayó de rodillas. Almag no perdió un segundo, levantó la pierna y lo remató con una patada al pecho, hundiendo aún más la daga que seguía clavada. Con la otra mano, le atravesó el cráneo con la segunda hoja.

Eso fue suficiente para el fin de la criatura.

Pero no había tiempo para un respiro.

La presión a sus espaldas aumentó considerablemente. Giró rápido, justo a tiempo para ver cómo el esqueleto de la lanza estaba detrás de el.

—¡Mierda! —la palabra escapó cruda.

Por instinto, rodó hacia un lado.

El silbido del corte lo rozó; la punta impactó contra el suelo y rompió la piedra, levantando una nube de polvo.

Cuando se puso de pie, sus ojos se abrieron de par en par. El esqueleto gigante, con un solo y brutal movimiento, había partido en dos los restos del anterior no muerto. Su fuerza y velocidad no eran normales.

 

Esa cosa no era un enemigo común.

"¿Un esqueleto superior?" La idea cruzó su mente como un rayo.

Un esqueleto superior era aquel que estaba entre los cinco tipos de no muertos más peligrosos. Este, por cómo se movía, sin duda estaba en el top cinco o cuatro.

Un golpe, solo uno, y sería el final. Fuera de combate. O muerto.

Y lo sabía con certeza.

Almag corrió hacia una esquina del salón, buscando ganar al menos un segundo. Abrió su almacén portátil sin dudar. En un movimiento rápido, tomó dos pociones. Bebió una de inmediato, apagando el ardor de los cortes. La otra la enganchó en su cinturón, lista para una emergencia.

Pero no fue suficiente.

El esqueleto ya estaba frente a él.

—Se mueve rápido… Maldita sea —pensó.

No cabía duda. Era superior. La fuerza bruta no bastaría.

Para derrotarlo, tendría que pensar. Y rápido.

Corrió hacia el otro extremo del salón, de vuelta por donde había entrado. La idea de salir por aquella puerta cruzó por su mente, pero no era posible. Él no se iría sin conseguir lo que había dentro de ese cofre.

 

En eso, una idea surgió en él.

—¡Ven rápido! ¡Aquí estoy! ¡Máteme aquí, ven! —gritó, provocándolo. Necesitaba que esa cosa se enfocara justo donde estaba ubicado.

La criatura respondió. Su cuerpo se movió aún más rápido, como si reaccionara a sus palabras.

Almag se quedó firme, quieto, esperándolo; en su mente, una única esperanza ardía.

"Espero que tengas buenas cosas…". Con ese pensamiento como motor, Almag tomó el frasco blanco de su cinturón. En cuanto el esqueleto estuvo a pocos pasos, destapó el contenido y lo bebió de un solo trago.

 

El aire a su alrededor tembló.

Y entonces él desapareció.

 

El esqueleto, confundido, detuvo su embestida. Observó el sitio donde el chico había estado, pero no vio nada.

Almag, con el efecto de la poción de invisibilidad activado, se desvió rápidamente hacia el cofre. Sabía que no podía vencer a ese monstruo en combate directo, así que no lo enfrentaría.

 

Caminando con cautela, llegó hacia la caja de madera; detrás de él se colocó. En su mente pasaban los segundos que debían durar. Si su cuerpo quedaba expuesto al reaparecer, sería hombre muerto.

"Ábrete, por favor…" Pensó en una súplica silenciosa mientras intentaba abrir la tapa, pero nada. El seguro no cedía. Sin pensarlo dos veces, tomó una de sus dagas y la incrustó con fuerza entre las rendijas de la cerradura. Usó el mango como palanca, empujando con todo el peso de su cuerpo magullado.

¡Clac!

La tapa cedió, abriéndose de golpe.

Al otro lado de la sala, el esqueleto superior giró la cabeza, alertado por el ruido seco.

—¡Rápido…! —susurró Almag, con desesperación.

Sin molestarse en revisar el contenido, extendió la mano hacia el cofre, tomó los tres objetos que había dentro y los envió directamente a su inventario.

—¡Lo logré! —exclamó lleno de emoción. Sus ojos brillaron por primera vez desde que entró en este lugar maldito, pero no había acabado.

Al dejar el cofre, el efecto de invisibilidad desapareció. Almag, al darse cuenta, corrió con todas sus fuerzas a la puerta más cercana escapando del peligro, pero antes de que pudiera llegar, tropezó.

—¡Maldición! —gruñó, cayendo.

Se impulsó para levantarse, pero entonces lo vio: el esqueleto ya estaba frente a él.

Almag intentó rodar hacia un lado, pero el esqueleto había anticipado el movimiento. La lanza descendió, dirigida a su pecho.

"Esto es todo…", pensó, resignado.

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