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Chapter 5 - Sangre Maldita

"Padre…", dice con seriedad. "De echo, yo también te quería comentar algo importante."

Edeh deja escapar un ligero suspiro mientras fija sus ojos cansados en el rostro de aquel muchacho que tanto significa para él. "Lo sé… pero primero déjame contarte lo que viví… lo que pasó…", dice con un hilo de voz.

Hace una pausa, como si estuviese eligiendo cada palabra para que el golpe de aquel descubrimiento no los venciese, como si estuviese construyendo un puente hacia el alma de Edras.

A continuación describe cómo encontró rastros de sangre en el bosque, huellas de lo que parecían ser de los Devoradores, al héroe muerto, cómo tuvo que mover el cadáver para evitar que el pánico se apoderara del pueblo, y el pacto que se vio forzado a llevar a cabo para salvaguardar a todos.

Edras escucha atentamente, como si eso no fuera nada nuevo para él, conteniendo emociones sin dejar que el temblor apareciese en ellos, sin dejar que el pavor venciese el coraje que nació en aquel hombre.

De repente, un estruendo sacude el suelo bajo ellos, como si el propio mundo estuviese a punto de romperse en pedazos. A lo lejos, hacia el centro del pueblo, se eleva una enorme columna de fuego y humo que mancha el cielo de un color escarlata, mientras que el aire se llena de gritos de pánico que atraviesan el barrio como un lamento colectivo.

Edeh deja de hablar y Edras se pone de pie de un brinco, pasando de un semblante calmado a uno más tenso. "¿Padre…? ¿Qué… qué está ocurriendo?", murmura, sin dejar de contemplar el incendio que se levanta en el barrio más lejano.

Edeh frunce el ceño, sin dejar de clavar la vista en aquel siniestro resplandor. "Son ellos…", dice en un hilo de voz, mientras aprieta los labios. "Son los Devoradores… lo que más temíamos… ha llegado…" Apreta con fuerza los dientes, mientras el suelo vuelve a estremecerse bajo ellos. Mira hacia el lugar de donde proviene aquel estruendo. "Maldita sea… ¿Cómo…? ¿Cómo puede estar ocurriendo esto tan de repente…? No pensé que… que pasaría tan rápido…"

Edras fija la vista en el lugar de la explosión, sin dejar que la emoción termine de apoderarse de él. Aun así, sin que Edeh lo note, aprieta ligeramente los puños, conteniendo algo más que ira, sin dejar que el temblor apareciese en ellos. "¿Padre?… ¿Deberíamos…?", murmura, sin dejar de contemplarle.

Edeh deja escapar un suspiro entrecortado. "Edras… escúchame." Hace una pausa para calmar sus emociones. "Toma a tu madre, a Adelise, a Jota y a Saida… Váyanse de aquí… hacia la Zona Amarilla. Ahí estarán más seguros…"

Edras asiente sin dejar de tensar, en silencio, cada músculo de su cuerpo, sin que Edeh pueda notar el destello frío que atraviesa sus ojos.

"¿Y tú…? ¿Qué vas a hacer? ¿No… vendrás con nosotros?"

Edeh pone una mano en el hombro de Edras, con fuerza pero sin dejar de ser cariñoso. "Yo me quedaré… Haré lo que pueda para darles más tiempo… para que puedan irse sin que ellos los encuentren…" Hace una pausa. "Si… si no regreso… no me esperen. Sigan sin mí… vivan… eso es lo más importante."

Edras asiente en silencio, sin dejar de buscar el rostro de Edeh, sin dejar de guardar aquel último acto de sacrificio en lo más profundo de su memoria.

En eso, dos siluetas aparecieron corriendo hacia ellos, surgiendo de las sombras de las cabañas cercanas. Sira avanzaba sin dejar de sollozar, mientras sujetaba con fuerza a Ela, que se aferraba a su cuello sin dejar caer las lágrimas por sus mejillas, sin que nada pudiera calmar el pánico que llevaba en el pecho.

"¡Ayuda…! ¡Por favor…!", la voz de Sira se rompía, sin aire, mientras se aproximaba a Edras y a Edeh. "¡Necesitamos apoyo!"

Edeh se giró de golpe, con el ceño fruncido y el rostro tenso. "¿Sira?… ¿Ela?… ¿Qué ha pasado?"

Ela intentó hablar, con vocecilla rota, pero fue Sira, más valiente en aquel momento, la que encontró fuerza para expresar el horror que habían vivido. "Noam…", sollozó… "Noam… se quedó… para… defendernos… Un Devorador… nos atacó… cuando regresábamos del mercado."

Edeh contuvo el aire por un instante, sin dejar de mirarlos. "¿Un Devorador… tan cerca…?". Apretó los labios, sin dejar que el pánico apareciese en ellos. "Está más cerca de lo que esperaba…"

Edras sujetó el hombro de Edeh sin dejar de notar el temblor de Sira y de Ela. "¿Qué podemos hacer?"

Edeh respiró profundamente. "Lo que podemos hacer… es sobrevivir… llevar a nuestra familia a un lugar seguro… eso es lo que Noam daría la vida por ellos."

Ela se removió en los brazos de Sira, sin dejar de sollozar, hasta que sus pies tocaron el suelo. Aun así, sin soltar el borde de la falda de Sira, alzó la vista hacia Edeh, con los ojos llenos de lágrimas. "Abuelo…", dijo con un hilo de voz. "Por favor… ayuda a papá… tráelo de regreso…"

Edeh guardó silencio un momento. Después se inclinó hacia Ela, sin dejar que el temblor apareciese en sus manos. "Haré… lo que esté en mis manos…" hizo una pausa para buscar fuerza en aquel vulnerable par de ojos. "No te preocupes… todo va a salir bien…" Le acarició el cabello, reconfortándola con aquel simple pero intenso acto de amor.

Edeh se giró hacia Edras, que continuaba junto a ellos, pálido y con los labios tensos. "Edras… te dejo a ellos a tu cargo…" —dijo mientras miraba a Sira, a Ela y al resto de la familia, que se habían reunido junto a la cabaña—. "Llévalos lejos de aquí… hacia la Zona Amarilla… Busca refugio… cuida de ellos…"

Edras asintió. "Lo haré…"

Edeh dio media vuelta, sin dejar que el pánico apareciese en sus facciones, y comenzó a correr hacia el pueblo, sin dejar de llevar consigo el peso de aquel pedido. Sus pisadas resonaban en el suelo de piedra, bajo un cielo cada vez más lleno de fuego, de humo y de lamentos, mientras el hombre se adentraba en aquel infierno para dar a los que amaba una última oportunidad de sobrevivir.

En eso podemos ver a Jota, Saida, Adelise y Rose en el interior de la cabaña, sin dejar de contemplarle el fuego que se eleva en el pueblo, más abajo, a lo lejos.

Jota aprieta con fuerza el marco de la ventana, sin poder evitar que el temblor apareciese en sus dedos. Sus ojos, muy abiertos y llenos de angustia, están fijos en las llamas que consumen varias de las casas que tantos sueños habían albergado. La luz del incendio dibuja sombras danzantes en las paredes de madera de la cabaña, aumentando así el aire de tensión que rodea a todos.

Saida se acurruca junto a Adelise, sin dejar de sujetarle el brazo, como si así pudiera encontrar seguridad en medio del caos. Adelise tiene el rostro pálido, los labios muy apretados, conteniendo el pánico que amenaza con desbordarla. Aun así, atrae hacia ella a Saida y la rodea con fuerza, como si aquel abrazo pudiera formar un escudo frente a lo que ocurre en el pueblo.

Rose, más detrás, sin dejar de contemplar el fuego, deja caer sin querer una lágrima por su mejilla arrugada. La limpia con el dorso de la mano, sin dejar que los más jóvenes sean testigos de aquel debilitado momento de vulnerabilidad. Respira profundamente, como si estuviese robándole aire a un incendio que consume todo a su paso.

"¿Papá…? ¿Dónde estás…?", susurra Jota para sí, sin dejar de buscar con la mirada aquel lugar en el que Edras se ha quedado junto a Edeh, sin saber si regresará.

Saida aprieta el borde de la falda de Adelise, sin dejar de temblarle el cuerpecillo. "¿Jota…? ¿Papá va a regresar…?", pregunta con un hilo de voz, sin dejar de contemplarle el fuego.

Jota deja de sujetarle el marco de la ventana para llevar una mano al cabello de Saida, reconfortándola en silencio, sin dejar que el pánico apareciese en sus facciones. "Papá regresará… tiene que regresar…", murmura, más para convencerse a sí mismo que para calmarla. "Él… nos prometió que así sería…"

Adelise aprieta un poco más a Saida y deja que el silencio se cargue de emociones, sin dejar que el pavor termine de vencerla. "Edras… por favor… vuelve… vuelve junto a nosotros…", susurra sin dejar de contemplar el fuego junto a Jota.

Rose da un paso hacia ellos, sin dejar de secarse las lágrimas que surcaban sus arrugas. "Edeh… Edras… que los dioses sean benévolos… que regresen con vida…", murmura, sin dejar que el temblor de sus manos se detenga, pero sin dejar caer el coraje que lleva en el alma.

En eso, la puerta de la cabaña se abre de golpe, sacudiéndose en sus goznes. Edras entra con paso presuroso, sin dejar de sujetarle el hombro a Sira, que lleva a Ela aferrada a ella. La más pequeña llora sin consuelo, sin dejar que sus lágrimas dejen de caer por sus mejillas.

Edras aprieta los labios antes de hablar, sin dejar que el temblor de sus manos termine por delatar sus emociones. "¡Escuchen…!", dice con urgencia. "Debemos irnos… ¡ahora!… El fuego se acerca… los Devoradores están muy cerca…". Hace una pausa, como si el aire estuviese cargado de ceniza. "Necesitamos buscar refugio en la Zona Amarilla… ahí podremos sobrevivir…"

Jota, un poco más tranquilo, deja de contemplarle el fuego a lo lejos y se vuelve hacia ellos al escuchar la voz de su padre, pero sin dejar de demostrar alteración en sus palabras. "¿Dónde…? ¿Dónde está el abuelo Edeh…? ¿Él… va a venir…? Por favor… dime que va a venir…", dice con la voz entrecortada, sin dejar de buscar a su abuelo con la mirada.

"Edeh… se quedó atrás… para darnos tiempo… para que nosotros podamos irnos…", murmura sin dejar de buscar los ojos de Jota. "Pero si… si él no regresara… ustedes… ustedes tienen que sobrevivir… eso es lo más importante…"

Saida deja escapar un sollozo más intenso y se aprieta junto a Adelise, que sin dejar de temblarle el cuerpo, rodea a sus hijos en un abrazo protector, como si así pudiera formar un escudo frente a aquel infierno que se desataba en el pueblo.

Rose, sin dejar que las lágrimas vencieran definitivamente a sus fuerzas, aprieta el colgante que cuelga de su cuello. "Edras… por favor… haz lo que sea necesario para llevarnos a un lugar seguro… ellos son todo lo que tenemos…", murmura con la voz rota por la preocupación, sin dejar de buscar con la mirada el fuego que consume todo a lo lejos.

Edras deja que el aire cálido y lleno de ceniza golpee sus rostros, pero sin dejar que eso los detenga. Aferrándose más que nunca a Sira, a Ela, a Jota, a Saida, a Adelise… y a Rose, sin dejar de recordar aquel sacrificio que permitirá que ellos puedan tener un futuro.

Saida deja escapar un gemido de angustia, sin dejar de aferrarle el brazo a Adelise, que atrae más hacia sí a su hija, sin dejar que el pánico termine de vencerla.

Edras se vuelve hacia su familia. "Vámonos… ya…", dice con fuerza pero sin dejar de demostrar el amor que siente por ellos.

Adelise da un paso hacia él y lo abraza con fuerza, sin dejar de temblarle el cuerpo, como si así pudiera retener aquel momento de seguridad en medio del caos. Saida se aprieta junto a ellos, rodeándolos con sus bracitos, sin dejar que ninguno se separe.

Sira aprieta más a Ela junto a su pecho, sin dejar de mecerla mientras solloza en silencio. "Vamos…", vuelve a decir Edras, conteniendo el nudo en la garganta mientras guía a su familia hacia el oeste, lejos de aquel infierno en llamas.

Sira atraviesa primero el umbral de la cabaña, sujetando con fuerza a Ela, que se aferra a ella sin dejar de sollozar, escondiendo el rostro en el hueco de su hombro. Detrás, Jota lleva de la mano a Saida, sin dejar de apretar sus dedos, como si así pudiera transferirle seguridad en medio del chaos que los rodea.

Frente a ellos, bajo el cobijo de un árbol medio calcinado, el coche familiar —un todoterreno de color gris acero, grande y robusto, con varias abolladuras y rayaduras fruto de aquel camino difícil— espera con las puertas abiertas.

Los faros están encendidos, atraviesan el aire cargado de partículas de hollín, dibujando dos rayos de luz que muestran el camino hacia lo que podría ser la salvación. Adelise, sin dejar de rodear a Saida, ayuda a que los niños suban, mientras Edras pone en marcha el motor, que ruge bajo el capó como el latir de un corazón dispuesto a llevarlos lejos del danger.

Adelise deja que Saida suba detrás junto a Jota. "Mi amor… si algo nos separara… si algo llegara a pasar… recuerda que estás más protegida junto a tu hermano… Él cuida de ti… así como nosotros hemos cuidado de ustedes…", murmura sin dejar de sujetarle el rostro con delicadeza, sin dejar que el temblor de sus manos delate el pavor que la atraviesa.

Saida asiente en silencio, conteniendo las lágrimas que amenazan con desbordarle los ojos, pero sin dejar de aferrarse a Jota, como si así el mundo a su alrededor no se desmoronara por completo.

Rose duda un momento antes de entrar en el coche. "Edras…", dice sin dejar de buscar a Edeh en la distancia. "¿De verdad… lo vamos a dejar así… sin más…?"

Edras aprieta el volante sin dejar que el temblor aparezca en sus manos. "Edeh…" dice en voz baja. "Se quedó para darnos esta oportunidad… si regresáramos, caeríamos junto con él… eso fue lo que decidió…" Hace una pausa, conteniendo el aire en el pecho. "Lo sé… duele… pero así podremos salvarnos… así podremos sobrevivir…" Una tenue sonrisa se dibuja en sus labios, sin que nadie se diera cuenta.

Rose deja caer una última lágrima mientras se deja llevar hacia el asiento del copiloto. "Lo sé…", susurra sin dejar de contemplarle, sin dejar de recordar aquel hombre que sacrificó todo por ellos.

Edras pone en marcha el motor, sin dejar que el pánico lo paralice, sin dejar que el cansancio de aquel momento termine venciéndolo. Aumenta la velocidad mientras atraviesa el camino de tierra, sin dejar de llevar consigo a las personas que más importan en aquel mundo que se desmorona detrás de ellos.

Jota mira a su alrededor, sin dejar de sujetarle con fuerza la mano a Saida. Aun así, puede notar el temblor en los dedos de ella, el pánico en sus ojos… en todos. Adelise fija la vista en el camino que dejan atrás, sin dejar de secarse las lágrimas con el dorso de la mano; Rose aprieta los labios, conteniendo el llanto; Sira acuna a Ela en sus brazos, mientras Edras conduce sin dejar de buscar una ruta más segura.

Jota deja que el silencio, lleno de tensión, lo envuelva. Aun así, en medio de aquel silencio regresan a él las imágenes de lo que vivió en el bosque aquel noche… aquel fuego de un color rojo intenso, más oscuro que el de cualquier incendio, aquel fuego que parecía latir con maldad pura, como si estuviese vivo. La luminiscencia siniestra que se alzaba detrás de los árboles, sin dejar de retorcerse, sin dejar de expandir sus sombras, sin dejar lugar para el alivio.

Jota contuvo el aire, sin dejar que el pánico apareciese en el exterior, pero aquel fuego, aquel resplandor tan ajeno y lleno de odio, quedó grabado en lo más profundo de él. A aquel color, a aquel destello de maldad, que presagiaba que nada volvería a ser como antes.

Dentro de aquel coche, bajo aquel cielo que comenzaba a llenarse de ceniza, Jota entendió que aquel fuego era algo más que un simple incendio… era el inicio de algo más grande, más aterrador. Algo que estaba dispuesto a arrasar con todo.

Por otro lado... Edeh corría sin dejar que el fuego, el humo o el pánico lo detuvieran. A cada paso, el aire se llenaba de partículas ardientes que entraban en sus pulmones, pero eso era lo de menos. Su propósito era más importante que él.

En medio del fuego y el crujir de las maderas que colapsaban, Edeh intentó orientarse hacia el lugar en el que Noam estaba combatiendo… hacia el lugar en el que, según Sira, habían aparecido los Devoradores. "Noam… resiste… por favor… resiste…", murmuró sin dejar de moverse. Su voz era más un rezo que un aliento.

Al dar la vuelta en el callejón junto a la taberna, Edeh se detuvo en seco. A escasa distancia, bajo el marco de piedra de lo que antes era el portón principal, vio a varias criaturas de siluetas deformes, con ojos tan rojos como el fuego que las rodeaba.

Entre ellos, el cuerpo de Noam yacía en el suelo sin su brazo izquiedo, debilitado pero aún vivo, sin dejar caer el arma que sujetaba en la mano derecha.

En aquel momento, el pavor intentó apoderarse de Edeh, pero lo contuvo. "¡Noam!… resiste…", gritó mientras avanzaba sin dejar de buscar una forma de sacarle de aquel lugar sin que ellos los despedazaran a los dos.

Edeh apretó con fuerza los puños mientras contemplaba a los Devoradores que rodeaban a Noam. La desesperación amenazaba con paralizar sus músculos, pero en aquel momento algo más despertó en él —algo que llevaba dormido en lo más profundo de su alma—.

Edeh cerró los ojos por un instante y concentró toda su voluntad en aquel poder latente. La Rotura y Nacimiento —el RN— comenzó a manifestarse en él. Un remolino negro se formó primero en el dorso de sus manos, como si un vórtice de sombras apareciese de la nada. A partir de aquel remolino, finas líneas negras comenzaron a extenderse por todo su cuerpo, surcando sus brazos, torso y piernas, como si fuesen venas de obscuridad viviente.

De forma gradual, aquel entramado de líneas negras comenzó a aclararse, transformándose en un resplandor de color celeste brillante que recorrió cada rincón de Edeh, llenándole de fuerza. Un viento intenso se levantó a su alrededor, moviendo el polvo, las chispas y las cenizas que flotaban en el aire, mientras aquel aura luminosa se expandía.

Frente a él, los Devoradores se revolvían, atraídos tanto por el alma de Noam como por aquel destello de poder que emanaba de Edeh.

Eran criaturas imponentes, de más de dos metros de altura, con cuerpos retorcidos y acorazados, como si estuvieran formados por huesos fundidos y metal viviente. Sus brazos largos, armados con garras afiladas, podían descarnar a un hombre de un solo golpe. Sus mandíbulas, llenas de colmillos irregulares y más largos que dagas, chorreaban un icor espeso y fétido. La cuenca de sus ojos carecía de pupilas; en ellos ardía un fuego carmesí, sin emociones, sin piedad.

Sobre ellos y a sus pies yacían los cadáveres descuartizados de varias personas —hombres, mujeres y niños— cuyas entrañas colgaban de sus cuerpos, sin dejar lugar a duda de que habían pasado por el más salvaje de los banquetes.

Los Devoradores habían desgarrado sin piedad a todos ellos, sin dejar nada más que miembros dispersos, huesos rotos y charcos de sangre que manchaban el suelo de aquel barrio en ruinas.

De aquel montón de criaturas surgieron voces, un gutural y siniestro murmullo, como si estuvieran comunicándose en un idioma ajeno, sin dejar de mover sus mandíbulas de colmillos afilados.

"Vaya… un humano despertado… esto será más complicado de lo que pensamos…", dijo uno de ellos, con una tonalidad más profunda que el resto, como si estuviese al mando.

"Cómo odio a los humanos como tú… que se aferran a la supervivencia… buscando siempre el poder…", escupió otro Devorador, mientras el fuego de sus cuencas oculares ardía más intenso, como si el alma de Edeh estuviese a punto de ser consumida.

"Nada escapa de nosotros… nada…", susurró un tercer Devorador, mientras avanzaba junto a sus criaturas hacia Edeh, sin dejar de mover sus garras, sin dejar de salivar aquel icor espeso que goteaba de sus fauces.

Edeh apretó aún más sus puños, concentrando aquel poder en ellos, sin dejar que el pánico apareciese en sus facciones, sin dejar que el cansancio debilitara sus miembros. Porque aquel era el momento en que daría todo de sí… el momento en que el sacrificio estaba justificado si así salvaba a los que más amaba.

La fuerza del viento que formaba parte de su Rotura y Nacimiento comenzó a concentrarse en la palma de su mano derecha, arremolinándose en un torbellino de aire cada vez más intenso.

De aquel remolino nació una hoja de color celeste brillante, una espada de viento tan afilada como el acero más puro, que emitía destellos de luz y chisporroteaba con corrientes de aire concentrado.

La hoja parecía hecha de cristal viviente, capaz de cortar tanto la piedra como el alma de las criaturas que se atrevieran a oponerse a él.

Edeh sujetó con fuerza aquel arma elemental.

Frente a él, los Devoradores continuaban avanzando, sin dejar de mover sus garras, sin dejar de salivar aquel icor espeso que goteaba de sus fauces.

Sus voces siniestras resonaban en el aire, aumentando el horror de aquel lugar.

Pero Edeh, armado con la hoja de viento, estaba dispuesto a dar todo de sí… el sacrificio estaba justificado si así salvaba a los que más amaba.

Edeh avanzó paso a paso hacia los Devoradores.

A cada paso que daba, el aire a su alrededor comenzaba a arremolinarse con fuerza, levantando partículas de polvo, chispas de piedra y ceniza.

Edeh detuvo un momento su marcha, sin dejar de contemplar a las criaturas de pesadilla que se alzaban frente a él. La ráfaga de aire que lo rodeaba se hizo más feroz, aumentando de velocidad, como un escudo elemental que lo protegía de cualquier golpe que intentaran dar.

"Puede que…" —dijo con fuerza, sin que el temblor apareciese en su voz— "…mi RN no sea tan grande como el de los héroes…" —hizo una pausa, apretando el mango de la hoja de aire— "…pero esto será suficiente para mandarlos de vuelta al abismo… para que el pueblo en el que nací pueda volver a tener paz."

Alzó ligeramente la hoja hacia ellos, sin dejar de avanzar.

"Devoradores… criaturas malditas… ¡hoy encontrarán aquí el final de sus sueños de muerte!".

"¡Haré que regresen al lugar del que salieron… sin dejar nada más que ceniza y silencio!".

De entre ellos, el Devorador más grande, aquel cuyas garras goteaban un líquido espeso y oscuro, avanzó sin dejar de sonreír con una expresión de sadismo. Al mover sus manos, aparecieron grietas en el suelo bajo sus pies.

"¿Humano… osas desafiarnos…?" —escupió el Devorador, con una voz tan profunda que parecía venir de las entrañas de la tierra.

"¡Serás el primer alma despertada que caiga bajo nuestras garras… el inicio de un nuevo banquete!".

"¡Ningún hombre puede vencer a la legión de Devoradores!".

"¡Serás descuartizado… sin piedad… sin redención…!".

En aquel momento, los Devoradores estallaron en una risa maniática, tan fría como delirante, mientras sus voces reverberaban en el aire cargado de ceniza.

"¿Redención…? ¿Piedad…? Esos son sueños efímeros de los vivos…", dijo uno de ellos, sin dejar de reír. "En el abismo, solo el hambre es eterno… y nosotros somos el hambre hecha conciencia."

En un estallido de piedra, el Devorador más grande se lanzó hacia Edeh, aumentando de tamaño, mientras de sus garras brotaba un fuego purpúreo. Edeh esquivó el golpe por escasas pulgadas, sin dejar de mover el remolino de aire que lo rodeaba.

"¡Siente el frío de tu propia desesperación, hombre!". —el Devorador lanzó varias ráfagas de garras espectrales hacia Edeh, que las bloqueó con giros de la hoja de aire.

"¡Serás la última llama que se apague en esta noche sin fin!". Otro Devorador rompió el suelo de un golpe, aumentando el cráter bajo ellos.

Edeh apretó más el mango de la hoja de aire, sin dejar que el odio de aquel ser debilitara su resolución. La ráfaga que lo rodeaba formó un remolino de partículas luminosas, aumentando de tamaño.

"¡Cierra el pico, criaturas!". —Edeh esquivó el golpe de una garra que estaba a escasos milímetros de atravesarle el pecho, se impulsó hacia delante y de un tajo de aire cercenó el brazo de aquel Devorador.

"¡Esta noche… yo seré el vendaval que termine con ustedes!".

"¡En nombre de todos los que cayeron… en nombre de todos los que amo… regresarán a la nada!". Dijo Edeh apretando con fuerza el mango de la hoja de aire.

"¡Devoradores… prepárense para...!"

En un estallido de luz, Edeh atravesó el cráneo de un Devorador, que se deshizo en partículas de sombra mientras daba un alarido de agonía.

"¡MORIR!".

Los demás retrocedieron un paso, sin dejar de sisear y mover sus garras de forma amenazante.

Los Devoradores formaban un semicírculo frente a él, sin dejar de sisear y dejar caer aquel líquido viscoso de sus fauces.

"¡Humano…!". —el Devorador más grande salió de las sombras a toda velocidad, aumentando el tamaño de sus garras mientras intentaba aplastar a Edeh de un golpe contundente.

Edeh esquivó el golpe de un paso hacia un costado, sin dejar de mover el aire que formaba el remolino a su alrededor. La hoja de aire en sus manos se prolongó, aumentando en tamaño y fuerza, transformándose en una lanza de viento que atravesó el torso del Devorador.

"¡Aaaarrgh!". —el Devorador lanzó un alarido de dolor mientras se desintegraba en partículas de sombra.

"¿Creías que eso bastaría… humano…?". —otro Devorador, más bajo pero más escurridizo, salió de detrás de las ruinas de una casa, apareciendo justo detrás de Edeh, dispuesto a clavarle sus garras en la espalda.

Edeh se giró en el último momento, aumentando el remolino de aire como un escudo que desvió el golpe.

A continuación, de un giro vertiginoso, lanzó varias ráfagas cortantes hacia el Devorador, que fue seccionado en múltiples pedazos sin dejar de chillar.

"¡Aaah!… el amo… el amo se despertará… y el mundo caerá bajo nuestra ira!". —gritó el último Devorador mientras intentaba arrastrarse hacia el lugar más protegido que encontró, sin dejar de dejar un rasto de sangre espectral.

Edeh avanzó sin piedad hacia aquel ser moribundo. La hoja de aire que portaba concentró toda la fuerza de aquel vendaval.

"¡Este es el destino de todos los que amenazan a los míos!". —Edeh atravesó el cráneo del Devorador sin que aquel tuviese oportunidad de completar sus amenazas.

¡CRACK!

En aquel lugar quedó el silencio… solamente el crujir de las ruinas y el chisporroteo de algunos edificios en llamas. Edeh, sin dejar de sujetar el remolino de aire que lo rodeaba, contempló el paisaje de aquel pueblo que tanto amaba, dispuesto a dar hasta el último aliento por salvar a sus habitantes.

Edeh respiró pesadamente, sin dejar caer la hoja de aire que portaba, mientras el remolino comenzaba a calmarse.

Los Devoradores habían caído, despedazados, sin dejar más que partículas de sombras flotando en el aire.

En medio de aquel silencio tenso, sin que Edeh pudiera anticiparlo, algo atraviesa salvajemente su torso por la espalda. Un brazo… un brazo humano, más frío que el acero, atraviesa sin piedad el pecho de Edeh, destrozándole parte de sus costillas.

"¿Creías… que esto había terminado, Edeh…?". —la voz detrás de él era profunda, cargada de un odio ancestral, como si estuviese más muerta que viva.

Edeh deja caer la hoja de aire, que se disipa en partículas de luz, mientras de sus labios escapaban varias gotas de sangre. Aun así, aprieta los dientes y fuerza a que sus manos sujeten aquel brazo que atraviesa su torso, sin dejar de resistir.

"¡N-no… dejaré que destruyas…!". —murmuró Edeh con fuerza, sin dejar que aquel golpe pusiera fin a su voluntad de lucha.

Edeh contuvo la respiración, sin dejar que el dolor venciera a su voluntad. Entre las grietas de sus costillas, mientras aquel brazo continuaba atraviesándole, comenzó a surgir un aura más densa, más pesada… más maligna.

El hombre detrás de él comenzó a dejar caer un aura de color ébano, que se retorcía como si estuviese viva. Edeh, sin dejar de sujetarle el brazo, sintió que aquel poder era más que el de un simple Devorador.

"¿Rostro… Abysal…?". —murmuró Edeh sin dar crédito a lo que veía.

"Eso… eso solo… los Devoradores de alto nivel… lo poseen…".

El hombre soltó una risa gutural mientras el aura aumentaba de tamaño, rodeándolos a ambos en un remolino de sombras.

"Así es, humano…", —dijo el hombre con una tonalidad más profunda, más siniestra—. "[RA]… también conocido como Rostro Abysal… el poder que ustedes, criaturas efímeras, ni en sueños podrían vencer…"

Edeh apretó sus dedos en aquel brazo, sin dejar de resistir, sin dejar que el pánico se apoderara de él.

Edeh apretó sus dedos en aquel brazo, sin dejar de resistir, sin dejar que el pánico se apoderara de él.

"¿Cómo… cómo puede un humano tener… ese poder…?". —murmuró Edeh.

La sangre caía de la herida, manchando el suelo bajo sus pies.

De un momento a otro, el hombre detrás de él guardó silencio. La risa siniestra se desvaneció, y aquel aura comenzó a concentrarse, a calmarse, como si estuviese bajo control de alguien más.

"Edeh…", dijo el hombre, sin dejar de sujetarle. La tonalidad de su voz cambió, más serena, más profunda, como si estuviese regresando de un lugar más lejano. "Tuve… un hijo muy interesante…".

Edeh contuvo el aliento, sin dejar de forcejear.

"¿Hijo…? ¿De qué hablas…?".

El hombre continuó: "No sabía que él también tenía ese poder… el Rostro Abysal… Parece que el destino sigue jugando sus cartas…".

En aquel silencio cargado de tensión, el aura comenzó a arremolinarse nuevamente, aumentando de fuerza, mientras Edeh intentaba descifrar aquel críptico mensaje.

En eso, la oscuridad que envolvía al hombre comenzó a disiparse gradualmente, como si estuviese absorbiéndose en el aire que los rodeaba.

Edeh sintió que el agarre en sus entrañas se debilitaba, hasta que, sin fuerza, fue dejado caer de espaldas al suelo. Su cabeza golpeó el terreno, levantando una tenue polvareda, mientras intentaba respirar con fuerza.

En medio de aquel silencio pesado, el hombre dio un paso hacia atrás. La última bruma de sombras se desvaneció por completo, revelando así el rostro que se escondía detrás.

Edeh entrecerró los ojos, sin poder dar crédito a lo que veía: era Edras, aquel muchacho que tantos sueños, esperanzas y sacrificios habían forjado en el pasado… el que era… su propio hijo.

"Edras…", susurró Edeh, sin dejar de llevarse la mano a la herida, sin dejar de contemplarle. "¿Cómo…? ¿Cómo es posible que… tú… tengas el Rostro Abysal? ¿Qué significa esto? ¿Por qué…? ¿Por qué me harías esto…? ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones…?".

Edras, sin dejar de mirarle, guardó silencio un momento antes de dar un paso más hacia él. La brisa que recorría aquel lugar comenzó a arremolinar partículas de ceniza y piedra, como si el mundo contuviese el aliento junto a ellos, presintiendo el horror que estaba por venir.

"No… es necesario que lo entiendas", dijo Edras con una frialdad que heló el alma de Edeh. "Después de todo… tu trabajo aquí ha llegado a su fin."

En un movimiento tan rápido como implacable, de sus manos surgió un remolino de oscuridad que se elevó hacia el cielo, rasgando el aire en un silbido siniestro. De aquel vórtice descendió una ráfaga de sombras tan densas como la noche más profunda, envolviendo por completo a Edeh.

"¡No!… ¡Noooo!…", gritó Edeh, mientras era consumido por aquel torbellino de piedra, ceniza y vacío. Sus alaridos de agonía se apagaron en un último estertor, sin dejar nada más que partículas flotantes en el aire, como si aquel hombre nunca hubiera existido.

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