Los encapuchados irrumpieron una vez más, y el instinto obligó a todos a retroceder, sin dar espacio al pensamiento.
En medio del silencio, el líder de la sombra se hizo presente. No necesitó hablar; un simple chasquido de sus dedos bastó para que Ethan entendiera que debía acercarse.
El joven rey no se movió de inmediato. Primero su mirada se oscureció al reconocerlo. Aquel hombre delgado, de sonrisa vacía y ojos de serpiente, ya no era un extraño.
Cuando Jasón se dirigió a él con cortesía, sus palabras salieron como cuchillas suaves que comenzaron a cortar sus defensas:
—El poder del dinero corrompe, joven Winter. Y la avaricia del trono envenena incluso los lazos más sagrados... incluso el amor de sangre.
Ethan sintió cómo aquellas palabras se deslizaban bajo su piel, como un veneno. Esta vez guardó silencio, pero no se dejaría arrastrar por discursos vacíos ni manipulaciones disfrazadas de sabiduría.
—Joven Winter, tu mirada dice más que mil palabras —continuó, con una calma medida—. Aún te aferras a tus creencias... pero lo que voy a mostrarte puede fortalecerte... o hundirte en la desesperación.
Con solemnidad, sacó una cinta de video de su gabardina, mientras dos de sus guardias colocaban un viejo reproductor. Ethan no apartó la vista.
La imagen en blanco y negro titiló. Luego tras unos segundos de estática, apareció un lugar que conocía: Liliana, su hermana, estaba en el palacio que una vez fue su hogar, donde se llevaba a cabo una rueda de prensa. Ella vestía de negro, con una flor blanca en el pecho. Como una reina que nunca necesitó la corona.
—Princesa Liliana, ¿por qué Su Majestad no se deja ver? Ya ha pasado un mes desde la ceremonia —comentó un reportero, seguido de otra voz:
—¿Acaso es debido a su enfermedad? ¿O a algún conflicto durante la ceremonia de los Fundadores?
La prensa, ignorando los acontecimientos reales de aquel día, buscaba por todos los medios saciar su sed de saber.
Las grandes cámaras enfocaban a Liliana. Su rostro aún era sereno, imperturbable. Como si fuera una muñeca de porcelana.
—¿Por qué, desde el día de la ceremonia de los Fundadores, el rey se ha mantenido en el anonimato?
Las preguntas salían como disparos, pero Liliana debía mantener la compostura, sin importar cuántas veces la atacaran con palabras. Ella sostenía su expresión calmada y relajada, como si fuera una muñeca.
Cuando llegó el momento en que las palabras de la tercera princesa fuesen oídas, todos guardaron silencio.
—Queridos ciudadanos de Roster…
Su voz no tembló. El temblor estaba en sus dedos, en la forma en que sus labios tardaron una fracción más de lo necesario para cerrarse. Pero la mirada… no era de una mujer. Era la de una reina.
—El conflicto con el norte no es un secreto. Todos lo sabemos. Nuestro amado rey… cargó con ese peso… aun cuando eso lo desgarraba por dentro…
Hubo silencio suspendido. Un suspiro que no se oyó, pero que se sintió.
—Por eso… no lo ocultaré más. El rey ha sido secuestrado por la gente del norte.
El silencio cayó como plomo derretido.
—Aprovecharon un día sagrado y mancharon la ceremonia con sangre. Por eso, una cuarta parte de nuestras fuerzas se han movilizado ya para esta noble causa. Necesito que confíen en mí. Necesito su apoyo para tomar la corona temporalmente. Sin la corona sobre mi cabeza, ni la Guardia Real ni los Caballeros de Élite pueden ser movilizados.
Las imágenes posteriores de la capital no tardaron en llegar.
Primera imagen: el humo cubría el cielo, mientras una avenida ardía de ira.
La gente corría entre cenizas, mientras los vidrios rotos y postes desplomados avivaban el caos. Los gritos de la población se tragaban el sonido de las sirenas.
El humo borraba los rostros, y las grandes cámaras temblaban, como si también quisieran mirar hacia otro lado.
El orden… ya no era más que un cadáver descompuesto.
Y entre las ruinas quemadas de las paredes, había cicatrices que resistían una sola palabra:
"¡Justicia!"
El Consejo se reunió en emergencia.
Sus rostros eran un espejo opaco de dudas. Algunos parecían al borde de hablar. Otros se refugiaban en su silencio como quien esquiva una condena.
Nadie interrumpió.
Pero nadie ofreció apoyo inmediato para calmar el caos.
Algunos la querían como reina.
Otros, con amargura, recordaban su larga ausencia. Que había elegido otro futuro, lejos de Roster… mientras su familia agonizaba.
Pero ahora ahí estaba. Erguida. Silenciosa.
Actuando como si siempre hubiera pertenecido al trono.
Entonces, presentó su as bajo la manga; el emblema real.
No era una réplica.
Era el verdadero.
El mismo que Ethan le había confiado a Ester.
Una llave viva.
La única capaz de activar la voluntad del rey en su ausencia.
Las cámaras lo enfocaron. Lento. Como si el brillo del objeto pudiera hablar.
Y entonces vinieron las preguntas, silenciosas pero punzantes:
¿Dónde estaba Ester?
¿Por qué Liliana tenía el emblema?
¿La había eliminado para obtenerlo?
El Consejo no hablo, pero las miradas eran claras acusaciones.
Liliana, esta vez se mostraba más fría.
—No me juzguen tan rápido —dijo—. Ester confió en mí. Hicimos un trato. Yo le ofrecí mis tropas. A cambio, me entregó el emblema… como muestra de confianza.
Un murmullo contenido recorrió la sala. Nadie lo expresó. Pero estaba ahí.
La duda y el miedo.
Liliana sin esperar más, alzó la voz:
—¡Ustedes reconocen que la Guardia Real y los Caballeros de Élite solo obedecen al soberano! Mientras ustedes discuten, nuestras tropas están siendo repelidas. Si no me otorgan la corona… no podremos convocar al Caballero Ejecutor.
Hubo segundos de silencio.
Otros se miraron entre sí, buscando en los ojos ajenos la excusa para no objetar. Una voz tembló en el fondo, pero no se atrevió a pronunciar su desacuerdo. Otro apretó los labios hasta que se volvieron blancos.
Liliana no pidió votos. Solo alzó el emblema y dejó que su brillo decidiera por ella.
Una mano se alzó. Luego otra. Hasta que Liliana fue coronada como reina provisional.
Y la verdadera guerra… comenzó.
El video saltó en el tiempo. La cabeza del duque Western, fue exhibida como trofeo, mientras las banderas del reino ondeaban como señal de victoria. Pero el cuerpo del rey… jamás apareció.
Entonces vino la purga, y se eligió a un culpable… Ester.
La mensajera siempre leal, era una sombra que siempre velo por el bienestar de su señor.
Dijeron que fue impulsiva Que rompió el protocolo y que entregó el emblema sin medir las consecuencias de sus actos. Que su lealtad se volvió obsesión… y su obsesión en traición.
Nadie habló de su sacrificio.
Solo repitieron una verdad conveniente que viajo en los pasillos del poder, hasta convertirla en sentencia.
El video se detuvo en una línea negra, justo antes de la ejecución.
Pero Jasón ya tenía otra prueba irrefutable. Arrojó un periódico a los pies de Ethan. En la portada, Ester estaba encadenada. Sus ojos no suplicaban piedad. Solo sostenían la mirada de alguien que ha perdido su razón de existir.
"Comandante ejecutada por traición: el precio de una lealtad equivocada."
El periódico seguía ahí. Abierto.
Como si el mundo quisiera obligarlo a leerlo una y otra vez.
Ethan no cayó de rodillas de inmediato. Primero retrocedió un paso. Luego otro. Hasta que se quebró. A su alrededor, todo era estático.
En su mente, Ester seguía viva.
Montando su caballo blanco.
Mirándolo en silencio cuando él dudaba de sí mismo.
Prometiéndole con la mirada que nunca estaría solo.
Pero ahora…
estaba muerta. Por culpa de su debilidad.
Los dedos de Ethan temblaron, y como si tratase de un detonante, su voz se estalló en llanto.
—¡Es mentira…! ¡Ester nunca…!
Quiso seguir gritando.
Romper el suelo con sus puños.
Llamar al amo del destino y preguntarle por qué tenía que seguir sufriendo.
Quería culpar a todos.
Pero solo se encogió.
Como si su cuerpo quisiera desaparecer antes que aceptar la verdad.
Y entonces…
una voz interrumpió su derrumbe.
—Tu odio es inmenso, joven Winter… Pero no lo descargues sobre mí —dijo Jasón. Su voz no tenía filo, pero era precisa como un cuchillo que no corta carne, sino el espíritu.
Él estaba allí. De pie. Observándolo, sin compasión, pero tampoco con burla.
Solo con la calma de quien ve arder un imperio... y sabe exactamente por qué arde.
Un temblor recorrió los dedos de Ethan.
El aire le ardía en los pulmones.
Y, sin embargo, preguntó… con una voz que no parecía suya.
—¿Por qué…?
Jasón dio un paso y le respondió.
—¿No te resulta extraño que tu hermana volviera a Roster… y poco después comenzara tu caída?
Ethan no respondió. Solo sintió cómo el tiempo se estiraba.
—¿Qué estás diciendo…?
—Lo sé todo —lo interrumpió Jasón—. ¿No te preguntas qué hacía en Saint Morning?
Las palabras flotaron como plomo.
Y luego descendieron.
—Ángel Engine. Allí donde todo comenzó. Una iniciativa secreta, diseñada para crear soldados más poderosos que los Caballeros Ejecutores. Estos seres artificiales serán capaces de desafiar la comprensión humana.
La realidad se quebró.
—Tu hermana fue la madre del proyecto. La creadora del suero que corre por tus venas.
—….
Ethan no respondió. No podía por el shock.
—Ella lo planeó todo. El conflicto. La ceremonia. Tu desaparición. Sin ti, tenía el pretexto perfecto para tomar el trono. Fue una obra maestra.
Hubo una pausa que se sintió como una puñalada final.
—Pero me traicionó—agregó con suavidad—. Rompió nuestro pacto.
Entonces dio el último paso, como quien se acerca a un animal herido.
—Y ahora, joven Winter… solo te queda una cosa. Venganza… pero para eso…
deberás obedecer mis órdenes.
No respondió inmediatamente.
Jasón se enderezó con la calma de quien ha dicho lo inevitable.
Y entonces, Ethan bajó la cabeza.
El silencio volvió, pero esta vez era distinto.
Ya no era dolor.
Era vacío.
Su sombra temblaba bajo la luz artificial.
—…Mentira —dijo al fin.
Pero lo dijo sin fuerza.
Como si la palabra ya no le perteneciera.
—Liliana no…
Ella no haría algo así.
Pero ni siquiera él creía ya en lo que decía.
—¡¿Por qué?! —explotó, alzando la voz como si aún pudiera encontrar una respuesta que lo salvara.
Golpeó el suelo. No por rabia. No por justicia. Solo porque dolía menos que aceptar la verdad.
Y cuando sus nudillos sangraron... siguió.
—¡¿Por qué me siguen quitando todo…?!
Jasón no respondió. Solo siguió observando.
—Ella… era lo único que me quedaba… Y ahora también se ha ido.
Ya no lloraba.
Pero había algo peor en sus ojos:
Una decisión que aún no entendía.
Un comienzo que nacía desde la ruina.
Jasón se acercó por última vez.
Y dejó algo junto a él: un objeto que le recordaba su historia.
—Este relicario… te pertenece joven Winter. Al menos es lo único que puedo hacer por ti.